Un escritor francés, muy crítico con los movimientos revolucionarios de 1830, se encerró en su estudio, como todas las tardes, y empezó a emborronar papeles. Cuando comenzaba a anochecer escuchó desde la calle el inequívoco ruido de los sables, los relinchos de los caballos de la guardia militar, los gritos coléricos, los ayes lastimeros y el arrastrar de los materiales para levantar barricadas. Entonces se puso de pie y tiró la pluma y salió a la calle, a sentir en el rostro en viento de la libertad, y solo retomó los folios algún tiempo después para escribir: “Prefiero equivocarme con los demás que acertar yo solo”.
Muchas veces he recordado la magnífica declaración del escritor francés. ¿Quién no se siente arrastrado por la generosidad de semejante planteamiento? ¿Por la renuncia expresa del culpable narcisismo a favor de la generosidad, sacrificando incluso tu razón, tus razones, tus melindrosas reservas, tu iluso anhelo de una lucidez incanjeable?
En el fondo de la anécdota está la piadosa resolución de disolverte eucarísticamente en el sufrimiento o la alegría de la supuestamente inmensa mayoría. La diferencia es agotadora, extenuante, te amenaza constantemente con la liquidación. Y puestos a liquidarse, que sea en el altar del común.
Como dejó escrito Elías Canetti en el libro que le devoró media vida, Masa y poder, y que asombrosamente sigue sin ser un título de cabecera de politólogos y sociólogos, “el fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es la descarga. Antes de ella, la masa no existe propiamente; solo la descarga la constituye de verdad. Es el instante en que todos los que forman parte de ella se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales”.
A partir de ahí la masa, obviamente, echa a correr. Solo puede subsistir si el proceso de descarga se prolonga en otras personas que se unen a ella. “Solo el incremento de la masa impide a sus integrantes tener que cargar otra vez con el peso de sus lastres privados”, apunta el maestro Canetti. Por eso la masa se muestra particularmente quisquillosa cuando no se imita a ese escritor francés que supo prescindir de tus convicciones para sumergirse en el fuego de los justos. Los que quizás no tengan razón, pero presuntamente sufren, con una pasividad inocente, por las razones ajenas.
El proceso judicial de Las Teresitas, sí, ¿por qué no ponerlo como ejemplo? Uno de los denunciantes ha afirmado que los medios de comunicación que no han publicado nada sobre el proceso de Las Teresitas -entiéndase: nada del sumario cuyo secreto levantó la magistrada Bellini recientemente – muestra una nula calidad democrática.
¿Por qué no sumarse a esta declaración donde vibra una denuncia sobre la miseria de nuestros medios de comunicación, sobre todo, si no eres periodista? La tentación ciertamente es muy grande. Quedas tan cojonudamente bien.
A un lado estás tú: un ciudadano ejemplar, un prócer del regeneracionismo democrático, un valiente que ha instalado la verdad como una fúlgida estrella en el cielo de tu boca. Al otro una silenciosa manada de corifeos (presuntamente) corruptos. ¿El que oculta – es decir, justifica con su pecaminoso silencio- a los corruptos no es corrupto él mismo? El placer moral es casi irresistible, convengamos en ello.
Otra cosa era, por supuesto, cuando Pedro Jota Rodríguez se dedicaba a difundir datos y declaraciones y soplos en el proceso de los GAL. Por entonces el denunciador pertenecía al partido en el Gobierno y lamentaba (razonablemente) la ruptura de cualquier código deontológico que el director de El Mundo y sus secuaces consagraba cada día.
Ahora, sin embargo, es diferente. Lo razonable es que se levante un sumario de 35.000 folios y, sin tomar la molestia de leerlo, no se diga ya de someterlo a un mínimo análisis, comenzar a publicarlo inmediatamente. Ya. Al día siguiente del levantamiento sumarial, y empezando por los asuntos convenientemente subrayados en el expediente judicial por quien lo facilitó a los medios de comunicación. Con un bonito rotulador de esos de colores. Y eso es periodismo, sin discusión, porque debe compartirse (so pena de las más oscuras sospechas) una concepción del periodismo que entiende el periódico como una manguera.
Una concepción del periodismo como correa de transmisión de una información que el periodista no debe valorar como tal. Pues no. Un periódico no es una manguera o una llave de aspersión. Un periódico, entre otras muchas cosas, es un espacio profesional donde debe evaluarse, calificarse, mensurarse la información que procede del exterior, y si se trata de un sumario de decenas de miles de folios, el que aparecen imputados, testigos y personas físicas y jurídicas sobre las que no pesan absolutamente ningún cargo judicial, más rigurosamente todavía.
Desde hace algunos días enturbia mi correo electrónico una información que me envían amigos, conocidos y demás hierbas salvajes. Una información que denuncia el cerrojazo informativo sobre la portentosa revolución que está desarrollándose en Islandia. Han detenido y procesado a banqueros y políticos corruptos, están elaborando una nueva Constitución y, pese a negarse a pagar sus deudas, la economía islandesa duplicará el crecimiento de su PIB este año. Y todo esto lo calla alevosamente la prensa occidental.
Cómo me gustaría indignarme con la prensa occidental -indignarme más, quiero decir- por esta fenomenal maniobra de ocultamiento, que ni David Copperfield en sus menores años podría haber logrado. Islandia es un país de apenas 300.000 habitantes. No formaba parte de la unión monetaria y ha podido inundar la isla con su propia moneda para abaratar sus deudas más urgentes y estimular sus exportaciones de pescado. Antes de su boom financiero sus ratios de inversión pública en sanidad y educación resultaban más bien penosos. Y respecto a la deuda externa, se ha negado a pagar el 5% de su deuda: el restante 95% es absolutamente impagable y terminará asumida como una suerte de quita por los acreedores. No es de extrañar que dupliquen su PIB: en los tres últimos años ha sido negativo o se ha estancado. Actualmente no tienen a ningún banquero enchironado.
Lo mejor de todo es que Islandia, desde hace un par de años, ha presentado una solicitud formal de ingreso en la unión monetaria. En el euro, sí. Y la señora Merkel no lo ve, en absoluto, con malos ojos. De hecho se ha transformado en su casi sonriente madrina.
Escucho atentamente los ruidos de la calle. Abajo una pareja de adolescente bromea mientras engullen sendas hamburguesas, Creo que por el momento preferiré equivocarme por mi cuenta que acertar con todos ustedes.