REBECA DÍAZ-BERNARDO | Santa Cruz
Menchu y yo llevamos tiempo volviéndonos locas con todo el frenesí navideño, y es que para colmo son las primeras fiestas de Menchu después de haberse casado con su segundo marido, y ella ya llevaba años acostumbrada celebrar la Nochebuena y todo lo demás con sus dos hijas y sus propios padres: cada uno en su casa y el Niño Jesús en la de todos. Pero si te paras a pensar en las circunstancias de una de estas Modern Family te echas las manos a la cabeza, porque hay que ser un auténtico maestro del Tetris para poder encajar días señalados y personas con las que compartirlos porque todos queremos pasar la Navidad con nuestros seres queridos, pero locuras aparte, ¿qué pasa con tu pareja y tu vida íntima durante estos días?
Conozco un caso concreto de salvajada chulísima de otra pareja (que no tiene niños) y el día 23 de diciembre de cada año ambos se trepan a un avión y se pierden por el mundo hasta el 6 de enero, gastándose parte de las vacaciones anuales en ese viaje para el que han ahorrado cada duro de los meses anteriores, e imagino que se gozan una luna de miel cada Navidad gracias a ese esfuerzo y cabe decir que llevan haciéndolo más de quince años.
Pero insisto, eso son casos aparte y no todas podemos hacerlo, muchas personas estamos al límite económicamente y solo unos escasos ahorradores y con suerte se pueden marcar semejante lujazo, y al menos en mi caso, y en el de Menchu, y en el de muchas, nos queda la machada de liarnos la manta a la cabeza y organizar a medias cenas, comidas y lo que nos echen teniendo en cuenta el tiempo después del trabajo (si tienes trabajo), espacio en casa y horno y dotes para ello y una pareja colaboradora (incluso una madre y/o suegra, hermanos o primas apañadas), y una mesa grande y ocho sillas como mínimo, ¡como mínimo!… y una nevera tamaño familiar, y películas Disney para poder poner una tras otra durante horas en una tele reubicada temporalmente en el cuarto infantil, y el don de la ubicuidad para hacernos las uñas, el pelo y colocarnos la pestaña y el Wonderbra mientras el pavo se asa, el pernil no se quema, el tinto no se enfría y la sidra no se calienta, limpiar el aseo para que luzca decente la noche de autos, reponer los mazapanes que alguien se ha ido lanzando al buche cada vez que pasaba delante de la mesa del comedor, vigilar el suflé que tiene pinta de irse al piso, echarle el ojo constantemente a los más pequeños que están de los nervios viendo tanto paquetito bajo el árbol de los que regalamos en Nochebuena, regañar a la gata o al perro que pretenden subirse al sofá para alcanzar un pedacito de lo que sea… y como mucho sonreírle a nuestra pareja entre ida y venida de la cocina a la sala y decirle al oído entre plato y plato algo como “esta noche es Noche Buena…”
Pero en la gran mayoría de estos casos, llega Papá Noel con el trineo antes que un momento íntimo navideño con tu pareja, porque nada más de pensar que si después de que la tropa se haya acostado se te ocurre hacer el mínimo ruido que provoque que todo el mundo crea que efectivamente llegó el trineo y se levanten para descubrirte in fraganti, se te baja la livido al garaje menos 2 del edificio. Así que la única salida que se me ocurre para este fin de semana es la hermosísima y dulce alternativa de los mimos, la ternura, los mini momentos de miradas cruzadas rodeados del resto de la familia, el simple hecho de cogerse la mano por debajo de la mesa o ya para rizar el rizo, darle a tu pareja a probar la comida o el postre directamente de tu plato y con tu propio cubierto, porque estas son fechas de amor y buenos deseos, de caricias y sensibilidad, y ya tenemos más días que lentejas a lo largo del resto del año para demostrarnos pasión, lujuria, ganas y demás parafernalia con tiempo y dedicación. Ahora, lo que toca es el Amor, con mayúsculas, en estado puro y almibarado, robar besos bajo un muérdago, ficticio, porque casi nadie cuelga de eso en los umbrales de las puertas; ahora lo que se agradece y derrochamos son cariños y palmadas en la espalda, e incluso saltarnos las reglas gramaticales aprendidas y cambiar el “te quiero” de cada día por un escandaloso y peliculero “te amo cariño mío” que nos salga del fondo del alma.
Probemos a amar a todos los que nos rodean. ¡ Feliz Navidad!