Parece ser que el martes pasado se celebró el DÃa internacional sin pieles, un hipócrita despellejamiento animal simbólico, que apenas sirve para curar -¿qué se puede curar en veinticuatro horas?- la mala conciencia social de quienes comercian con las caras, elegantes y lujosas epidermis de algunas especies zoológicas, vendiéndolas o comprándolas, todos los demás dÃas del año; y que vaya por delante que uno ha sentido siempre una profunda desconfianza hacia los Hangélicos, Hesforzados y Haltruistas miembros de sociedades protectoras de animales, que prevalecerá rotundamente mientras éstos no prescindan en su higiene cotidiana del insecticida y del champú, porque discriminar selectivamente (como en este caso conmemorativo de anteayer) entre cucarachas o piojos y visones o nutrias no puede por menos de resultar una peligrosa marginación rayana en el racismo; pues resultarÃa injusto negar que todos los animales son franciscanamente hermanos nuestros, incluidos los polÃticos electos en las urnas (sean del, partido que sean), a los que -por cierto- también se suele despellejar con reiterada contumacia.
Curiosamente, también el martes pasado (coincidiendo con tal despellejada celebración) se conmemoraba la vÃspera de la festividad de San Andrés, fecha en la que secularmente se abren las bodegas tinerfeñas para trasegar alegre, lúdica y copiosamente sus primicias etÃlicas; por más que -por fortuna- esta celebración no incide en el hipócrita simbolismo justificativo de la anterior, que dedica un solo dÃa al año a reivindicar la dignidad zoológica sistemáticamente destruida -y fructÃferamente comercializada- los restantes; puesto que (piensa uno que por alegre fortuna) los habituales asistentes a esas catas vitivinÃcolas del atardecer del veintinueve de noviembre (previsiblemente prolongadas -casi siempre con éxito- hasta la mañana del dÃa treinta) suelen reiterar similares libaciones consuetudinariamente, en una norma de conducta que forma parte inherente de unas idiosincrasias etÃlicas alegre, desenfadada y orgullosamente asumidas.
Tal vez la angustiosa necesidad social conmemorativa haya superado sobradamente el calendario gregoriano, y se haya visto obligada (como en este coincidente caso) a dedicar una misma fecha a diversas celebraciones, del mismo modo que el santoral católico ha necesitado meter en un mismo dÃa del año a diez o doce santos (aparte de las parejas inseparables: Pedro y Pablo, o Cosme y Damián), porque, de no ser asÃ, no le cabrÃan; de tal manera que piensa uno que nada tiene de malo que ambas celebraciones coincidan: en última instancia, también el vino -para existir- ha tenido que prescindir de su piel previa.