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La política del taxi > Luis Alemany

   

Para quienes vivimos en la calle, los taxis constituyen uno de los principales indicadores del pulso ciudadano; de tal manera que cuando sus usuarios observan un significativo incremento del nerviosismo en sus conductores, puede -tal vez deba- pensarse que algo marcha mal en la ciudad; porque resultaría demagógico remitirse a la legendaria -y falaz- condición antipática de los taxistas, que uno ha rechazado ancestralmente, desde la inequívoca teoría porcentual que -al menos en mi caso- se ha cumplido inequívocamente con taxistas, empleados sanitarios y funcionarios públicos (las especies zoológicas urbanas más injustamente denigradas en las barras de los bares), que determina que el sesenta por ciento de los integrantes de tales colectivos son asépticamente correctos, el treinta por ciento exquisitos, y el diez por ciento unos hijosdeputa: posiblemente el mismo porcentaje que presentan todas las profesiones: médicos, arquitectos o columnistas periodísticos; por más que en esta última profesión suela proponerse un notable incremento porcentual.
A lo mejor sustentar tal supuesto nerviosismo de los taxistas en la inexistente crisis económica que los banqueros se han inventado para incrementar sus ingresos, sería hacerle el juego ingenuamente al gran capital del que -de manera inevitable- dependemos todos los que no tenemos más remedio que pagarles sumisamente (mientras nos queda algo en el bolsillo con qué hacerlo: después -claro está- ya no); pero no puede uno por menos de comprender tal nerviosismo profesional, después de escuchar a un amigo taxista decirme un mediodía: “llevo al volante desde las siete de la mañana y he hecho cuatro euros”.
En cualquiera de los casos, resulta alarmantemente contradictoria la siniestra política que ha seguido ATI (CC -todos lo sabemos- no existe) en esta capital chicharrera, con respecto al nervioso sector de referencia: por una parte, Miguelito Zerolo -desde el Ayuntamiento- regala despilfarradoramente innecesarias licencias taxísticas, populistamente electorales, mientras que, a inmediata continuación, Richi Melchior -desde el Cabildo- construye un tranvía que dificulta el tránsito de los taxis durante los dos años largos de su construcción y merma notoriamente su capacidad de tránsito posterior; de tal manera que uno emplaza al hipotético lector de estas líneas a averiguar (antes de llegar al cercano punto final) quién de los tres -Zerolo, Melchior o la capital- ha salido ganando o perdiendo en este asunto.