Casi cinco décadas después del inicio de sus actividades, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han dado esta semana pasada una muestra clara de que sus sueños románticos de cambiar la vida del pueblo de su país, haciéndola más justa y solidaria, se ha convertido en un triste paseo por lo peor del terror y la falta de adaptación a las realidades del mundo en general, y de América Latina en particular, al masacrar a cuatro de sus rehenes, retenidos ellos desde hace al menos una década.
Al igual que ETA en Europa, las FARC son en el continente americano el último resabio de una concepción armada del modo de imponer sus exigencias, y han logrado sostenerse -no curiosamente por cierto-, gracias al sustento discursivo de casi los mismos inspiradores políticos (los Castro, el Sinn Fein o el extinto Gadafi, entre otros) y la falta de colaboración hacia los países que los padecían por parte de sus vecinos.
Si esta última situación frente ETA la padeció España con Francia o Portugal por largos periodos, Colombia ha debido afrontarlo con vecinos como Venezuela, Ecuador y Panamá, de manera intermitente, según quien gobernara esos vecinos con los que le toca en fortuna compartir fronteras.
Pero, afortunadamente, los santuario refugio de las FARC han ido desapareciendo con el tiempo. Los de Panamá, tras la caída de Noriega, y los de Venezuela, con el acercamiento del presidente Hugo Chávez a la administración del colombiano Juan Manuel Santos.
Queda aún por lograr, para Colombia, la colaboración de un Ecuador cuyo presidente, Rafael Correa, no olvida la violación del territorio de su país por parte del Gobierno de Álvaro Uribe para atrapar a un líder de las FARC.
Ofensa grave que concede a Correa no solo baza para permitirles libre circulación por territorio ecuatoriano, sino también para negarse a calificar de grupo terrorista a estos asesinos. Denominación que se han ganado a pulso en todo el mundo con una repetitiva modalidad de acción criminal que hasta desoye el consejo dado por Fidel Castro, quien 1998 les advirtiera de que el secuestro de personas y su posterior ejecución envilece una revolución popular y sus reivindicaciones, luego de que en ese año las FARC no acatara la sugerencia del líder cubano de liberar al padre de un niño enfermo de leucemia que finalmente fallecería sin contactar con él.
Lo grave es que las FARC no cuentan como el IRA o ETA con un brazo político, y en su futuro no se atisba una disolución con inserción en la vida institucional, sino más de lo mismo.
Más sangre, más muerte. Menos romanticismo revolucionario y más terrorismo criminal.
gerardoctkc@gmail.com