JOSÉ LUIS CÁMARA – FRAN DOMÍNGUEZ | Santa Cruz de Tenerife
Se juegan la vida en cada trayecto, pero no les importa. El negocio merece la pena. Son los llamados muleros, los correos de la droga. Su nombre nació en los años 70 en México, cuando los narcotraficantes utilizaban estos animales para el contrabando de marihuana. Entonces, en su mayoría eran personas necesitadas, sin otra alternativa, gente engañada que no conocía a los narcos que estaban detrás del trato, que les pagaban una miseria comparado con el valor de la mercancía que portaban.
Con el tiempo, sin embargo, las redes y las mulas o muleros se han ido especializando, y ya no hay perfiles estigmatizados. De hecho, según reconocen fuentes policiales, “cualquiera puede actuar como correo hoy en día”.
Canarias, por su situación geográfica, se ha convertido en la última década en una de las zonas donde más detenciones de este tipo se realizan al año. Se trata de operaciones que no sólo suponen un desafío a la autoridad, sino a la muerte. Según remarcan desde la Guardia Civil, “son personas que exponen al máximo sus vidas”. No en vano, un adulto puede cargar hasta un kilo y medio de droga en su organismo. El límite para expulsar las cápsulas es de uno a dos días. Cumplido el plazo, el riesgo de fallecimiento aumenta dramáticamente, porque los jugos gástricos comienzan a actuar sobre las cápsulas y la posibilidad de que se rompan es muy elevada.
Resulta esencial actuar de manera rápida, ya desde el propio aeropuerto. Tras las primeras sospechas sobre si la persona en cuestión porta o no drogas, y en base a las explicaciones que dé, se le pide la identificación correspondiente y se procede a un registro personal de sus pertenencias. “Si los agentes ven algún indicio de que transporte en su interior sustancias estupefacientes, se le solicita permiso para que se le realice una exploración; si se niega, se recurre a una orden judicial. Posteriormente, se acomete la extracción de la droga en el centro hospitalario correspondiente (en Urgencias en el Hospital Universitario de Canarias -HUC-, y en el módulo especial para reclusos existente en el Hospital Universitario de Nuestra Señora de Candelaria -HUNSC-)”, relatan desde el Cuerpo Nacional de Policía en Tenerife.
En el hospital, lo primero que se hace es una evaluación, por si estuvieran intoxicados por la sustancia que transportan. Según afirma el doctor Guillermo Burillo, jefe de Toxicología del HUC, “la mayoría no lo están”. “Luego se les realizan radiografías o un escáner, y se procede a darles una solución evacuante para que vayan expulsando las bolas, habitualmente por vía rectal”, agrega Burillo. El proceso suele durar entre 24 y 72 horas, desde que llegan hasta que expulsan la última bolsa. “Además, les obligamos a hacer dos deposiciones más, para que haya un margen de seguridad y no existan complicaciones fuera del hospital”, denota el doctor tinerfeño, quien deja claro que “en todo momento hay que vigilar ese proceso, porque si se rompe una pastilla de este tipo puede ser muy peligroso, especialmente si es de cocaína, porque su pureza suele ser muy alta”.
En los últimos años, tanto en el HUC como en La Candelaria se han tenido que realizar varias intervenciones de urgencia a muleros, y también se produjo un fallecimiento. “Fue una persona que tenía una estenosis del píloro, de la parte de abajo del estómago, y las bolas no le pasaban del estómago al intestino. Tuvo cuatro paradas cardiacas, y en la autopsia se descubrió que fue por una sobredosis de la cocaína que tenía en su cuerpo”, relata Guillermo Burillo.
Y es que, cuando se producen complicaciones, no queda más remedio que llevar al traficante al quirófano. “Son operaciones complicadas, porque se trata de una urgencia vital, y el intestino no está preparado como en una intervención al uso. Además, en la mayor parte de los casos hay bolas por todo el tubo digestivo”, aclara el doctor Burillo, que insiste en que “las personas que se arriesgan a hacer esto deben saber que si se rompe una bola, la situación puede ser crítica”. Las sustancias más habituales que transportan los muleros detenidos en Canarias son cocaína, heroína y cannabis. “Nosotros prácticamente ni tocamos los envases, porque por disposición judicial es la Policía quien manipula los estupefacientes una vez expulsados”, arguye el jefe de Toxicología del HUC.
La cocaína, por ejemplo, es la sustancia más dura y peligrosa. Habitualmente, se envuelve en una especie de celofán y luego en un preservativo, lo que le da mayor consistencia, porque lo que busca el traficante es que no se rompa. En los últimos meses, no obstante, en los hospitales tinerfeños también han tratado algunos casos de mulas que portaban cocaína líquida, porque creen que es más difícil detectarla, una teoría que desmontan los dispositivos radiológicos de los centros hospitalarios.
Los detenidos que son sometidos a estos singulares lavados gástricos suelen tener un comportamiento normal y colaborar. “Alguno intenta hacerse el tonto para ver si se puede llevar alguna bola a la prisión, para salir adelante allí, como dicen ellos”, subraya Guillermo Burillo, quien reitera que “es una situación clínica que vemos cada vez con más frecuencia, porque rara es la semana que no tenemos un paciente así”.
A pesar de la peligrosidad del sistema, las cifras de muleros detenidos en el Archipiélago no ha parado de crecer en los últimos años. En el Hospital Universitario, por ejemplo, en 2003 sólo se trataron dos casos de este tipo; ocho años después, y en sólo diez meses, este número se ha multiplicado por 20, ya que han atendido a más de 40 personas. En La Candelaria, en lo que va de año, se han producido 38 atenciones a muleros en el servicio de Urgencias, de las cuales dos requirieron hospitalización.
El año pasado, la Guardia Civil detuvo 8 mulas que trataban de ingresar en la Isla, seis en el aeropuerto Reina Sofía y dos en Los Rodeos. Este año, cuando queda menos de un mes para 2012, la cifra alcanza ya las 16 personas -según los datos aportados sólo por la Benemérita-, de las cuales 13 fueron apresadas en Los Rodeos.
La última detención de muleros se notificó esta misma semana, en una operación conjunta realizada el pasado 20 de noviembre entre las brigadas locales de Policía Judicial de las Comisarías de La Laguna, Puerto de la Cruz-Los Realejos y el Puesto Fronterizo del Aeropuerto Tenerife Norte, por la que se procedió al arresto de tres personas, dos de ellas mulas procedentes de Madrid, que portaban en su organismo 23 y 30 cápsulas de cocaína, respectivamente, por lo que la droga incautada se cifró en más de 1.600 gramos.
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Un minucioso proceso de preparación
Los traficantes preparan a sus mulas con semanas de antelación. Primero les enseñan a tragar trozos de comida sin masticar, para acostumbrar el esófago y el estómago, y así evitar los vómitos. Dos días antes de viajar, la mula tiene que suspender la ingestión de alimentos sólidos y tomar sólo líquidos, pero nunca alcohol. Más adelante, horas antes de iniciar el trayecto, se empaqueta la cocaína en cápsulas de un material similar al de los guantes quirúrgicos, normalmente con tres capas, para tratar de despistar a los rayos X de los controles. Se atan con seda dental y se sumergen en cera de abeja para hacerla más compactas y fácil de ingerir. Para que los muleros resistan un viaje de 12 ó 15 horas en avión, los traficantes les dan un medicamento que retarda los movimientos digestivos y que actúa como tranquilizante. Les recomiendan llevar una bolsa escondida para devolver la comida que les dan en el avión y, de esta manera, evitar el ojo del personal aéreo, que en ocasiones denuncian a los que no comen y parecen sospechosos, sobre todo si provienen de países “de alto riesgo”, como Colombia, México, Bolivia o Perú.
El tráfico de cocaína a través de estos correos humanos es incalculable, porque la Policía reconoce que por cada mula que se detiene, hay otra que logra pasar. Las penas por el transporte de la droga varían según el país. En Colombia, por ejemplo, son de cinco o seis años de cárcel. En otros son más severas. En España, las condenas van entre los cuatro a los doce años; en Estados Unidos, de cinco a cincuenta años; y en algunas zonas, como Irak, se aplica la pena de muerte, un doble riesgo con un mismo final.
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