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Un mundo feliz > Jorge Bethencourt

   

La primera mitad de la vida somos absolutamente libres pero idiotas. Nos extraviamos en miles de caminos sin salida y nos creemos invulnerables. La juventud es maravillosa y estúpida, porque carece de experiencia. En la segunda parte de nuestra vida hemos dejado de ser idiotas, pero también de ser libres. Decenas de pequeños cables nos mantienen atados a la playa en donde hemos varado sin darnos cuentas. Como un gigantesco Gulliver en la tierra de los liliputienses estamos atados por un pequeño cable a nuestro trabajo, a la familia, a los hijos, a las hipotecas, al círculo de los amigos… a todas esas obligaciones que se han ido creando a nuestro alrededor sin ni tan siquiera darnos cuenta. Hay gente que es feliz así. Y otra que un día rompe todas las ataduras y se aleja caminando… para terminar tendido en otra playa y atado por otros cables. La inmensa mayoría de los seres humanos ni siquiera se plantea que exista un conflicto. Vive así y ya está.

En la tercera parte de la vida somos memoria. La nostalgia de lo que fue. O de lo que pudo ser y no fue. Los mayores ya no proyectan su vida hacia adelante, sino sus recuerdos hacia atrás. Por eso su mirada se ilumina cuando ve a personas que le recuerdan lo que fueron, a familiares que testimonian que su paso por la vida no ha sido vano.

He visto cómo colocamos a nuestros mayores en centros de acogida. Nuestra perfecta sociedad postindustrial tiene sistematizada la recogida de residuos sólidos humanos que ya no puede reciclarse. Sentados en los jardines o los sillones, adormecidos frente a las televisiones que chillan, en centros privados o públicos, los mayores se van arrinconando porque ya no tienen sitio en hogares donde toda la familia está fuera de sus casas, trabajando a destajo de sol a sol para reunir el suficiente dinero como para pagar el colegio, la hipoteca y el canal plus.

Mi abuela pasaba las tardes en una mecedora, al lado de la destiladera. Yo, a su lado, leía el Capitan Trueno. Murió en su cama y aunque no me dejaron entrar a verla, desde la puerta atisbé su rostro arrugado y me pareció que estaba durmiendo. En mi infancia la gente trabajaba igual que ahora. Y se pasaban apuros para llegar a fin de mes. Y los viejos morían en casa, en su cama, con su gente. Pero era una mierda, porque no había democracia ni televisión digital.

@JLBethencourt