Domingo Cristiano > Carmelo J. Pérez Hernández

Fin del simulacro de paz > Carmelo J. Pérez Hernández

Aunque muchos recogieron ya el Belén aprovechando que hay que ordenar la casa después del día de Reyes, en realidad la Navidad acaba hoy, con la fiesta del Bautismo del Señor.

Y con ella no son pocos los que dan por finiquitado eso que se ha dado en llamar “el espíritu navideño”. Ya sabe: películas melosas en televisión, exaltación de la amistad, sensiblería -que no sensibilidad- a flor de piel, cumple y miento de las obligaciones familiares y vecinales, excusas solidarias para gastar dinero… “Lo propio de estas fechas”, que dicen algunos.

Pero todo llega a su fin. “Aviso a toda la población: el simulacro de paz y amor ha finalizado. Guarden los langostinos, insulten a sus cuñados y disuélvanse”.

Esto es lo que leí en un foro hace poco, en el que un ingenioso TDTvidente describía así lo que sucede con el final de las fiestas.

Exageraciones y comicidades aparte, ahora que comienza de nuevo el Tiempo Ordinario, hemos de preguntarnos los creyentes: “De todo lo que hemos celebrado, ¿qué nos queda?”.

También en la Iglesia hemos edulcorado en ocasiones el tiempo grande que acabamos de cerrar, propiciando el derroche de imágenes y compromisos que nada o poco tienen que ver con el hecho central y definitivo de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.

No es que diga yo que lo hacemos todo mal, ni que hay que renunciar a los actos a favor de una falsa y absorbente espiritualidad. No, eso se deja para los resentidos y los prepotentes, que no son mi caso.

Lo que yo digo es que muchos de nuestros árboles no nos dejan ver el bosque. De nuestros árboles navideños, y nuestras escenografías, y cánticos y portales vivientes… Todo eso está al servicio de la verdad última del nacimiento del Señor, pero siendo como somos puede convertirse en una rampa que nos desliza hacia el sentimiento, alejándonos del acontecimiento.
Porque eso y no otra cosa es la Navidad: un acontecimiento en la Historia que, por ser verdadero, puede ser recreado cada año en nuestro interior.

No es un recuerdo, sino la puesta a punto de una relación que mantenemos con alguien. Acontecimiento y relación son las dos palabras clave, a mí entender.

Yo me he preguntado hoy si me ha conmovido, movido por dentro, el acontecimiento de la encarnación de Dios, locura donde las haya. Y me he cuestionado mi relación con este Dios nuestro, para siempre ya distinto desde que aceptó ser carne trémula.

Necesito saber cómo me sigue cambiando la vida esta verdad, y cómo me alienta a acompañar el cambio que también experimentan los demás.

En esas estoy. Por el camino he llegado a la conclusión de que me gusta que los días de Navidad sean distintos porque, siendo como somos, al menos así tenemos una excusa para explicar a quienes pregunten por qué se puso en marcha un día lo que poco a poco se parece demasiado a un simulacro en algunos aspectos.

@karmelojph