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Quienes hemos vivido fuera de este país y entre idiomas desconocidos sabemos qué significa hoy el español. Eso es posible comprobarlo en Dinamarca, Suecia, Finlandia, Noruega, en China o en el Japón.
La cuestión ahora no es tanto reconocer que muchos millones de habitantes de este planeta (unos cuatrocientos millones) hablamos el español, sino que el español es un idioma de moda en todo el mundo, que mucha gente quiere aprender, tanto que decenas de profesores españoles e hispanoamericanos dedican la vida a tal menester en países muy fríos o muy extraños.
Se percibe así el español con sus merecimientos, tanto que es posible recordar anécdotas particulares como la que me reveló un mexicano afincado en Nueva York: “No tenemos prisa; los conquistaremos por la lengua”.
De manera que el idioma es el que es y que haya sujetos en este mundo al que les interese más o menos un idioma (como lo fue el francés en su tiempo y lo es ahora el inglés) es porque sostiene una entidad atractiva en sí misma y en sus fundamentos.
El español los tiene, en esta orilla del mundo llamada España y en la otra orilla del planeta llamada Hispanoamérica; y eso no solo se manifiesta con marketing sino que se comprueba, en el Quijote, Borges o Vargas Llosa.
De donde, quienes hemos vivido fuera de España sabemos qué significa el Instituto Cervantes, siempre cerca en las grandes urbes de Europa, América, Asia u Oceanía.
Lejos de suponer que los Institutos Cervantes del mundo sean escuelas de idiomas del español (que no lo son) hemos de afirmar que son centros de confirmación del idioma y lo que ello significa; es decir, sobre todas las cosas el Instituto Cervantes es una entidad cultural que se asoma al mundo para proponer iniciativas de índole funcional en relación al español y lo que el español contiene. El asunto es que quien asume el control del Instituto lo hace por razones políticas. Así ocurre. Y porque de este modo ocurre es por lo que hemos de establecer lazos de unión entre lo que el Instituto Cervantes es y lo que el Instituto Cervantes justifica.
En efecto, el interés reiterado del PP porque Mario Vargas Llosa asuma la dirección del Instituto es singular. ¿Lo hace por la importancia en el idioma del novelista peruano y porque ello consagraría las aptitudes del español, o porque creen que Mario Vargas Llosa es el único escritor cercano al PP que puede expandir la importancia del Instituto Cervantes al exterior?
Ocurre que Mario Vargas Llosa es un trabajador compulsivo y hasta obsesivo de la escritura. Confirma dos cuestiones: que una cosa es la imagen y otra la responsabilidad con el oficio de escribir. Vargas Llosa ha elegido.
El PP no. De donde, el tiempo da con la historia de un entramado de pretensiones que por sí mismas se relativizan y sufren el rechazo de quien ha de ponerlas en su lugar.
Es posible dilucidar sobre cuál es la actuación del Gobierno en este caso: imagen, solo imagen. El gobierno que suprime la Dirección General del Libro y las Bibliotecas e incorpora la responsabilidad a Industria defiende que los libros son lo mismo que los coches, las lavadoras, las aspirinas o la telefonía móvil.
Eso siendo lacerante corrobora su ilustrativa actuación. Por ejemplo, suprimir las ayudas a la revistas culturales de España, con lo cual el gobierno priva a las editoriales en cuestión de su presencia en las Bibliotecas Públicas del Estado y también en los centros del Instituto Cervantes. Luego, el PP confunde los términos. Y aunque sea verdad que una cosa es la oposición y otra muy distinta gobernar, han de ponerse cada una de las cosas en su sitio. De lo cual se deduce (cual escribió Borges) que ante la literatura siempre andamos con el pie indispuesto.
Este es el caso: lo que un país civilizado consideraría materia de su programación aquí se desvela por subterfugios. Lo que pensó Borges aquí se da cita: para los gobiernos raquíticos, irreflexivos e incultos, frente al convencer (que implica planes y trabajo) es más provechoso el sorprender.
Y como sabemos, el sorprender se arrimaría a la armadura satisfecha de la telebasura que acosa a este país frente al convencer que es lo consecuente y prioritario en un estado que se precie.
Por las mañas del actual Gobierno de España, pues, las enmiendas del español se quedan en el cajón de la basura. Y ante eso podemos asumir en lo cultural lo que este país manifiesta: no tanto los libros y lo que los libros representan por la capacidad de fundar en el país de un idioma que se llama el español; mejor jamón y algún vino de Rioja o de la Rivera del Duero en las infinitas reuniones organizadas por el Instituto Cervantes en el exterior. Eso quería el PP que Mario Vargas Llosa dirigiera. Y eso lo supo Vargas Llosa y por eso no accedió a dirigir el Instituto en cuestión.
Eso: no organizar un sistema apropiado para dar a conocer y comprender el español y sus efectos, más bien usar el Instituto como tapadera orgánica de lo que este Gobierno no se atreve a exponer con suficiencia: el uso de la cultura y el uso de la imagen de la cultura para tapar las posiciones superficiales lejos de lo que el español manifiesta y es obligatorio preservar, cuidar, exponer y exportar.