nombre y apellido >

Juan Antonio Henríquez > Luis Ortega

Me cuenta mi colega Beatriz Pérez que, el día anterior y cuando le preguntaba por su tío -Juan Antonio Henríquez Hernández (1926-2011)- mi viejo amigo, aquejado por todos los males que aguardan emboscados un punto de flaqueza de una anatomía fuerte y un carácter optimista, había emprendido mansamente el tránsito, dejando tras sí la estela de bonhomía y cordialidad que muchas veces tapaba su laconismo isleño. Mi relación con los dos hermanos -el arquitecto Rubens y el odontólogo que nos dejó en las vísperas de estas fiestas que disparan las nostalgias- viene de lejos, pero adquiere un énfasis especial en el periodo de la transición, cuando ambos -sin urgencia de apaños por su sólida situación profesional- dieron un paso al frente y, en aquel potaje providencial que fue la UCD, entraron por la vía de la Federación Socialdemócrata de Francisco Fernández Ordóñez (1930-1992), brillante, maltratado y desaparecido autor de las mejores normas del periodo, y José Ramón Lasuén, cuyos últimos tumbos lo sitúan en el círculo conservador. Fiel a la personalidad y legado de Suárez, Henríquez fue diputado del Parlamento de Canarias, que contó con la breve presidencia de Fernando Fernández, sucedido por el astuto Lorenzo Olarte, en la II Legislatura que abrió el largo periodo de alianzas del centro derecha y la eclosión, tras diferentes fases, del nacionalismo. Ya entonces, y luego, hablamos siempre de La Palma y el mar de los amigos comunes, cuando el tiempo me permitía alguna tarde en Puerto Naos, la playa más larga, o en las instalaciones de Baltavida, un lujo público que se ha sabido valorar en su justa medida, donde coincidíamos algunas veces con Elirerto Galván y Luis Cobiella. Le recuerdo ahora, como a su esposa Raquel, fuera de las liturgias e intendencias de la muerte en un diciembre apacible, donde España mira hacia África. Desde la meseta de Sagres, donde radicó Enrique el Navegante y se puede imaginar la capacidad de aventura de nuestros parientes portugueses, el mar aparece hoy gris y plomizo, vestido de entretiempo, como si atenuara la alegría radiante del azul o aliviara el luto con los buenos recuerdos del ausente; sobre ese fondo y mientras Luis y Belén corretean por la privilegiada atalaya de la corte marinera, se dibuja la imagen bonachona de mi buen amigo, sus buenas obras ocultas, su sonrisa franca y cordial, sus silencios inteligentes y la sorna ocasional que acompaña a los palmeros, así en la tierra como en el cielo.