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La viña en la cultura palmera

El lagar es un elemento asociado a La Palma. | NÉSTOR PELLITERO LORENZO

NÉSTOR J. PELLITERO LORENTO | Santa Cruz de Tenerife

La vid y el vino, un cultivo y un producto arraigado a la tradición palmera, abarca diferentes aspectos económicos, sociales y culturales durante centurias. La vid llegó a La Palma con los primeros pobladores arribados desde Europa, formando parte de la primera economía agrícola de la isla -la caña de azúcar y la vid- de exportación, a través de sus productos derivados después de un proceso de transformación. La vid ocupó una mayor superficie frente a la caña de azúcar debido a su menor dependencia del agua, buscando más bien la insolación para su desarrollo. La sencillez del cultivo de la uva y su transformación en vino sobre tierras de secano permitían que la mayor parte de la población de finales del siglo XVI y principios del siguiente tuviera la oportunidad para prosperar en este desconocido territorio insular.

La trascendencia económica de la vid tuvo un mayor protagonismo cuando la caña de azúcar comenzó un progresivo declive desde finales del siglo XVI hasta principios del XIX. Durante los siglos XVII y XVIII, se convirtió en la principal baza agrícola de La Palma y el vino en su mejor producto para su exportación hacia mercados europeos y americanos. La escarpada orografía insular no fue óbice para su cultivo en diferentes rincones, apareciendo mayormente en las laderas bañadas por los vientos alisios, desde Garafía hasta Fuencaliente. La preponderancia por la obtención del sustento por medio de la recolección de los cereales y las legumbres obligaba al agricultor a escoger las mejores tierras para la siembra de los granos, relegando las vides a vertientes inclinadas y peligrosas.
Ya, la importancia de las diferentes tareas a realizar sobre una viña quedaba reflejada en los protocolos notariales del siglo XVI. El escribano Domingo Pérez da fe en uno de ellos, fechado el 5 de enero de 1554: “Cada año, Pérez estará obligado a podar, escavar, levantar, deshojar, vendimiar y a hacer la viña todo lo demás necesario, a su tiempo y sazón, y a echar los margullones y cepas de cabeza que fueren menester”.

La artesanía ligada a la vid es amplia y se haya representada por la utilización de diferentes materiales para su fabricación. Por un lado, el metal era transformado en útiles como cuchillos para el corte de los pámpanos, las tijeras para la escisión de los racimos, las barretas para la eliminación de los chupones que restan fuerza a la parra, los azufradores para esparcir el azufre sobre las hojas y proteger la cepa de plagas, etcétera. Por otra parte, las tiras vegetales del follao o de mimbre, según la comarca, ayudaban a la recogida de los racimos; primeramente, en cestos de mano; y luego, en cestos de carga o angarillas para su traslado al interior del lagar y las fibras de colmo o de junco, de modo entrelazadas, facilitaba la fabricación de sogas para la retención del queso en el lagar y su prensado con la viga. Así, la madera, principalmente tea, con sus diferentes piezas -durmientes, tablones, biqueras, curiñas, vigas, lagaretas, etc.- conformaban el llamado lagar, espacio cuadrangular donde se pisaba la uva para el desprendimiento del mosto y los distintos envases de sección ovalada como las pipas y los barriles: los primeros, para la fermentación del mosto, y los segundos para su transporte. El cuero, para la elaboración de odres a partir de las pieles de los chivatos y las cabras, suponía la solución para el trasiego de las pipas o para el transporte del vino.

Antiguamente, a pesar de la generalidad del cultivo de la vid en La Palma, la demanda por el vino era mayor a la producida en determinados pueblos como fueron los del noreste: Barlovento, San Andrés y Sauces y Puntallana. Este déficit era cubierto con la adquisición en algunas de las áreas tradicionales, tales como Puntagorda y Mazo. La llegada de la carretera general al noreste puso fin al andar del arriero y sus bestias por el Camino Real en los años 30 del pasado siglo, cumpliendo con esta función los camiones. Por el contrario, el mayor aislamiento de Puntagorda, así como de barrios aledaños pertenecientes a los municipios limítrofes mantuvo un tradicional comercio a través de la cumbre.

Una de las actividades de la vid es la vendimia. Aun hoy, las reuniones familiares y de amigos creaban la llamada gallofa. La recolección de la uva obligaba a contar con brazos y pies, los primeros para cortar los racimos y su transporte en cestos hasta el lagar y los segundos para el pisado de los vagos, liberando el mosto. La tradición palmera ha establecido el día de San Martín a lo largo de los siglos como la fecha señalada en el calendario para la abertura de las pipas.

El mes de noviembre no sólo era tenido en cuenta para probar el vino de la última cosecha, las familias de nuestros mayores escogían este momento del año para la matazón del cochino, uno de los recursos alimenticios de la dieta de los palmeros. Entre el vino y la carne de cochino asada, las castañas acompañaban esa noche tan deseada para los viticultores, al son de castañuelas y claves. Entre sus vinos, sea por su calidad o por su singularidad, destacan el vino de malvasía, célebre entre las dinastías europeas así como por literatos de la talla de William Shakespeare; y el vino de tea, cuyo inconfundible sabor resinoso se lo proporciona las pipas fabricadas con madera de tea, extraída de los pinos canarios.

Néstor J. Pellitero Lorenzo es Investigador etnográfico