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El año pasado nos deja una lamentable pérdida, el tránsito de un luchador ajeno al desaliento y siempre crítico con los totalitarismos de todo signo, que han traído tanta inclemencia al siglo XX. El ejemplo luminoso de Vaclav Havel (1936-2011) lamentablemente no tiene herederos directos ni se vislumbran albaceas capaces de transmitirlo, en el momento oportuno, a un sucesor de su talla. Murió a los veinte años de la desintegración de la Unión Soviética, aquejado de la grave enfermedad que no paró su obra ni torció su rumbo y con la valentía y la elegancia con la que ejerció como ciudadano libre, intelectual y “auténtica conciencia moral de la Europa poscomunista”, sacudida ahora por los vicios y excesos del capitalismo triunfante, la economía de mercado que vetó durante cuatro décadas el derribado Muro de Berlín. Su liderazgo ético se forjó en la lucha contra el régimen y la violencia represiva que asfixió la Primavera de Praga, en sus pronunciamientos a favor de la libertad y los derechos civiles, en ensayos valientes y en un teatro inteligente, de ácido humor y reivindicación insobornable. Fue la cabeza visible y la voz más influyente del grupo Carta 77, un movimiento que resultó decisivo en la desaparición de los sistemas totalitarios en Europa central. Y, además, el motor y protagonista de la Revolución de Terciopelo, que significó una transición ordenada y pacífica hacia la democracia y la apertura económica. Fue el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República Checa y, a todos esos valores, el eterno disidente de las imposiciones y el modesto gestor de los consensos, unió un sincero y contagioso europeísmo que, desgraciadamente, no ha tenido continuidad en los políticos que dirigieron ambos países en los últimos años y, también, en amplios sectores de las respectivas oposiciones. Dramaturgo desde la década de los cincuenta, deja una docena de títulos fundamentales (La fiesta y El memorándum, poesía) que le dieron la fama, los relatos testimoniales de las Cartas a Olga, su esposa, algunas escritas desde la cárcel, ensayos reivindicativos y alegatos teatrales, fieles a su viejo compromiso. Desde 1996 luchó contra un cáncer y continuas metástasis, sin perder el ánimo ni bajar su frenética actividad política y literaria. Havel hizo carne un título de alto simbolismo en su bibliografía, La responsabilidad como destino y fue consecuente hasta sus últimos instantes, cuando conversó con el Dalai Lama y se adhirió a una acre protesta por las manipulaciones y pucherazos de Putin en las últimas elecciones celebradas en Rusia.