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Conforme se acercan las fechas de Carnaval, Santa Cruz adquiere aspecto de ciudad atrincherada. Vallas de protección se alzan en torno a edificios oficiales y paradas de tranvía, que son superfrágiles y se estropean de nada, y es una pena, con lo bonitas y limpias que están siempre. No olviden además que las vías son magnéticas para los descerebrados en Carnaval, que se ven abocados a lanzarse a ellas. Si en Sarajevo llegan a saber la que les iba a caer encima, montan un dispositivo de protección parecido y se hubieran ahorrado mucha reconstrucción. El patrimonio público necesita protección frente a los carnavaleros, que andan desbocados y finos, en su mayoría, de bebidas espirituosas, y claro, se desahogan donde pueden, o la emprenden amistosa u hostilmente contra el mobiliario, y a veces contra otros carnavaleros. Y luego limpiar las fachadas de orina o reponer esas papeleras o esos bancos sale por un pico bueno, y no está la cosa para gastos caprichosos. Ahora que el Ayuntamiento chicharrero está achuchando a la policía local para que imponga las sanciones más altas en caso de infracción de las ordenanzas municipales, si apatrullan en Carnavales nos podemos poner a la cabeza en recaudación y tapar unos cuantos agujeros. Claro que, bien pensado, la mayoría de las multas acabarían en manos de los trabajadores de Urbaser. Porque el carnavalero es despistado y no se acordaría de guardarlas para pagarlas al día siguiente, no por otra cosa. Pásenlo bien, mis hijos, ándense con cuidadito, no pierdan de vista sus copas, y si se van a entregar al amor, plastifíquense, y quítense de problemas.