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Exportar deporte > Enrique Arias Vega

En el diminuto pueblo sudafricano de Malelane, un camarero me puso al día, el pasado lunes, de la Liga española de fútbol con una precisión matemática. No es de extrañar, ya que con siete canales televisivos de deportes, los sudafricanos ven todos los días partidos de las principales competiciones mundiales. La que se lleva la palma, con todo, es nuestra Liga: no en vano las camisetas que más se ven en la calle son las del Barça, que han sustituido definitivamente a las de la selección brasileña. “Pero yo soy del Madrid”, me dice mi interlocutor, “por llevar la contraria a mis amigos”. Ya ven. Pocos días antes, en la capital del país, Pretoria, una simpática señora -neerlandesa, se autodefinió ella, en homenaje a sus ancestros boers- me estuvo elogiando las excelencias de Rafa Nadal: “¡Qué muchacho!, ¡qué maravilla! Soy una fan incondicional suya”.

En este pequeño periplo sudafricano, nadie me ha ponderado, en cambio, las excelencias de ningún político español, ningún artista ni ningún empresario. Nadie conoce tampoco ninguna de nuestras grandes firmas multinacionales, desde Telefónica hasta FCC. Mis interlocutores solo me han hablado de deporte.

Anteayer mismo, en Johannesburgo, un aficionado al golf me comentaba su emoción al haber coincidido en el green con Sergio García y otro golfista español cuyo nombre ahora no recuerdo. Ante la notoriedad internacional de nuestro deporte, las autoridades españolas deberían hacer algo al respecto: desde protegerlo como a un bien precioso, hasta asociarlo a otras características menos conocidas de nuestro país. Ya que tenemos algo que conoce todo el mundo, explotémoslo pues como es debido.