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Garzón > Leopoldo Fernández

Hay que ser un desalmado para acoger con agrado la sentencia que condena al juez Garzón. Por lo que su figura representa y por el papel que ha jugado en la reciente historia judicial española. Era y es el juez más popular dentro y fuera del país. Muchos de los casos que sacó adelante tuvieron gran impacto mediático y le dieron una proyección pública inusual. Lo que le agradaba y a la postre fue su perdición, por un afán de protagonismo desmedido e impropio de quien está llamado a actuar con discreción y prudencia extremas. Algunos de sus reconocidos excesos y malas instrucciones quizás le llevaron a considerarse, más que juez, inquisidor con potestades jurídicas ilimitadas. Su nota tras la sentencia del Tribunal Supremo constituye un reconocimiento a su ego, a su arrogancia agresiva. Da la impresión de que se considera a sí mismo una especie de mesías único de todas las causas contra la corrupción y el crimen organizado. Como si nadie más fuera capaz de perseguir delitos de esta naturaleza. ¿Cómo puede decir que la sentencia estaba ya predeterminada? Con los enormes servicios que ha prestado a España en la lucha contra el terrorismo -logró descabezar a ETA y desentrañar la tupida red delictiva de que se rodeaba-,es lamentable que ahora tenga que pasar por un trance tan tremendo. Pero nadie está por encima de la ley, ni siquiera él. Poco importa quién le denunció; lo relevante es si se excedió en sus competencias, si violentó él derecho de defensa, que goza de pleno respaldo constitucional. Siete jueces han considerado que erró a sabiendas, no por buena fe ni por inadecuada interpretación de la norma, y que nunca debió autorizar la grabación de conversaciones entre varios detenidos del caso Gürtel y sus abogados. Así se lo advirtieron la Policía Judicial y el fiscal del caso, pero Garzón siguió adelante y rectificó cuando ya era tarde y tres letrados -un exmagistrado y un exfiscal de la Audiencia Nacional, y un catedrático de Derecho Penal- fueron a por él con toda la artillería jurídica a su favor. La denuncia ante el Supremo era de libro y hasta el instructor del sumario, un magistrado de izquierdas, tuvo que darle vía libre mientras algunos jueces probablemente se alegraron de que alguien, por fin, tratara de leerle la cartilla, para darle un escarmiento, a este juez estrella, díscolo, altanero y millonario, mitificado por la izquierda política y denostado por la derecha. No hubo consideración, ni corporativismo, sino argumentación jurídica irreprochable en una sentencia que coloca a Garzón en su justo y triste lugar. Eso sí, se ha creado un enorme revuelo social y político en un país proclive a la exaltación y la desmesura.