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Horts Köhler > Luis Ortega

El ciudadano respondió con el valor de su último gesto al malestar ciudadano y dimitió, en un acto íntimo y acompañado de su esposa, dimitió como presidente de Alemania, cargo honorífico al que fue promovido por los democristianos de la CDU y los liberales del FDP, que sostienen el gobierno de Angela Merkel. Horst Köhler (1943) vinculó su irrevocable decisión a unas declaraciones sobre la misión de las tropas alemanas en Afganistán “que pueden constituir un acto inconstitucional y beneficiar a intereses económicos”. La insinuación desató una tormenta de opiniones y fue duramente criticada por la coalición gobernante. Sin embargo, las más acres censuras procedían del pueblo llano, que lo acusó de indiferencia en los grandes debates nacionales, como la crisis del euro, el escándalo de los abusos a menores en colegios y centros infantiles y casos de corrupción denunciados por la prensa amarilla. Entonces, Köhler invocó a la condición ad honorem de su función. Pero el antiguo director del Fondo Monetario Internacional -responsabilidad que ocupó antes de volver a su país- debió ser sensible a estas puyas y, en las últimas semanas, salió de su proverbial moderación y entró en asuntos -la política internacional, entre otros- que causaron sonadas fricciones entre los socios de una alianza que no pasa por sus mejores momentos. Entre sus antiguos valedores salieron sus verdugos más inclementes y, pese a los intentos de pasteleo de la comadre Angela, a la que avisó una hora de su determinación sin retorno -“Intenté hacerle cambiar de opinión, pero sin éxito”, dijo Merkel que añadió “sé que su marcha ha dejado tristes a muchos compatriotas”- y que se empleó con diligencia en la búsqueda del sustituto, Joachim Gauck. “Lamento que mis declaraciones sobre un asunto tan importante y tan difícil para nuestra nación puedan haber dado lugar a malentendidos”, declaró el protagonista de una acción inédita en el coloso alemán, que concluyó su intervención con solemnidad: “Ha sido un honor servir a Alemania en este puesto”. Cuando la actualidad, a través de todas las ventanas -y los patios y corralas que son las tertulias- nos sirve espectáculos bufos y patéticos de sospechosos e imputados aferrados a los privilegios que les concede una circunstancia medible -una elección popular o sentimental- valoramos en su auténtica medida la forma en la que un hombre digno asume una equivocación -que no una falta, delito o trapacería- y paga sus consecuencias.