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Ayer se cumplieron 238 años del nacimiento de un prócer tinerfeño, hijo de un comerciante dublinés y de una dama canaria, a cuyas gestiones durante el Trienio Liberal atribuyen sus biógrafos la capitalidad provincial de Santa Cruz de Tenerife hace ciento noventa años. Dedicado inicialmente al comercio ultramarino, abandonó los negocios familiares para dedicarse a la política y fue, a la vez que un liberal apasionado, un patriota local que participó en la Junta Suprema, constituida para salvaguardar el poder real frente a la invasión napoleónica. Tras la aprobación de la Constitución de la Monarquía Española el 19 de marzo de 1812 en Cádiz -el mes próximo cumplirá su bicentenario- que garantizaba libertades y concedía derechos inéditos hasta entonces, se convirtió en un entusiasta divulgador y postuló la supremacía de su pueblo natal sobre la vecina ciudad fundada por Fernández de Lugo a finales del siglo XV y que durante tres largas centurias fue el centro político y administrativo de la isla en dos causas notables y polémicas. Como compensación futura, anteponiendo la venda a la herida, reivindicó la división eclesiástica y la creación del Obispado Nivariense, con jurisdicción sobre la banda occidental. Más tarde, en 1822 fue elegido, junto al canónigo Graciliano Afonso, diputado por Canarias y, entre otras acciones -como la reivindicación del libre comercio y la regulación de los partidos- con el pretexto de la nueva articulación territorial que estableció la designación de la capital de la provincia. Ambos logros arrastraron una larga polémica -bautizada por Guimerá Peraza como el Pleito Insular- que adquirió una gran virulencia desde la votación del 21 de octubre de 1811, hasta la sanción real del 27 de enero siguiente. Víctima de la persecución desatada por los absolutistas, Murphy y Afonso partieron hacia el exilio, marcados por las sentencias de la Sala del Crimen de Sevilla que decretó la pena de muerte para el paisano; la amnistía a todos los parlamentarios electos, permitió una cierta reparación con los represaliados; José Murphy y Meade (1775-1831), casado en dos ocasiones y padre de dos hijos fue nombrado Cónsul de España en México, donde tras pasar por amargas peripecias, murió en la absoluta miseria. Desde 2003, el prócer tinerfeño cuenta con un monumento en el corazón de la capital chicharrera, ante la Iglesia de San Francisco. El escultor Roberto Barrera llevó al bronce una extraordinaria maqueta de Francisco Borges Salas, que permaneció en el olvido más de medio siglo. La paradoja es que el gran artista vivió la misma injusticia del olvido que su homenajeado. La historia, según un clásico estóico, es circular. Es, en el fondo, un leve consuelo.