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La fuga de Wert > Rafael Alonso Solís

Como una vuelta de tuerca del mundo de la cultura, imagen retórica del mentidero y el patio de vecinos, de vez en cuando nos preguntamos que dónde están lo intelectuales, qué dicen o para qué sirven. José María Blecua, director de la Real Academia, recuerda la afirmación de Cela de que España era un país de gentes dedicadas a discutir planes disparatados y soluciones ocurrentes a problemas serios, que se reunían para pasar la tarde y ocupar las horas de sol, mayormente a la sombra. Tal vez por eso, los toros y el fútbol han sido temas preferidos y objetos de debate sobre cuestiones fundamentales. Hace pocas semanas, el anuncio del primer gobierno de Rajoy llevó a destacar su carácter tecnocrático, si bien con matices, ya que en el ámbito de la economía y las finanzas se repartía la responsabilidad entre un especialista en invertir el dinero del prójimo y una especie de contable de los años treinta, un tendero especializado, capaz de afirmar una cosa y su contraria en el mismo discurso, mientras nos envuelve el cuarto de kilo con papel de periódico. En el elenco destacó desde el primer momento una figura de rostro amable y voz apaisada. José Ignacio Wert había sido, hasta pocos días antes, un tertuliano habitual, si bien de una que podría calificarse, con evidente mala fe, de algo ultramontana, y a la que también acudían varios de sus compañeros de gabinete. Puede que por la costumbre adquirida, Wert abrió la boca en cuanto tuvo un micrófono cerca y comenzó a desgranar perlas extraídas de la profundidad de su pensamiento sociológico. Eso es lo que se espera de un tertuliano: la emisión de afirmaciones atinadas y contundentes sobre cualquier cosa, con objeto de que salgamos a la calle con una opinión bien formada sobre el mundo que nos espera, y que nos acostemos con la tranquilidad de tener las mejores respuestas sobre la crisis y las más brillantes explicaciones acerca de la realidad. Desde su cultura poliédrica, Wert acaba de añadir una muesca a su colección de explicaciones ingeniosas, al negar la fuga de cerebros mediante un curioso análisis de tertuliano avezado. Ante un panorama teñido de oscuridad, en el que dos o tres generaciones de científicos se disponen a hacer las maletas, dejando detrás un país de camareros y maritornes, Wert ha descubierto otra respuesta de manual y se ha vuelto a meter en un jardín plagado de matojos. A estas muestras de ingenio se las acaba considerando ejemplos de “coger al toro por los cuernos”, expresión vacía, aunque de moda, ya que a los toros se les torea con arte y gracia y, si se puede, con hondura. Lo contrario no es otra cosa que tremendismo.