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La Palma y el turismo: ¿golf o plataneras? > Pedro Luis Pérez de Paz

En los últimos tiempos este ha sido un debate permanente entre la sociedad palmera. En muy pocos lugares, si es que existen, se habrá hablado tanto y discutido tan poco sobre golf. Y todo sin que se haya movido una piedra para construir un solo campo. Calificado con benevolencia, es lo que se puede llamar un debate estéril, para no llamarlo absurdo, puesto que en absoluto lo es.

Jamás he tenido entre las manos un “palo” de golf. Ni siquiera he pisado el césped de un campo alguna vez. Lo poco que conozco de sus características y consecuencias ecológicas, lo sé por la bibliografía consultada, que tampoco ha sido mucha. Los campos de golf, hasta ahora meras propuestas frustradas en la isla, han sido tomados por los ecologistas palmeros como razón primera de la madre de todas las batallas. Están en su papel y debe ser razón primera de su existencia el velar por el medio ambiente insular. Nadie, moderadamente informado, pone en duda que los campos de golf suponen un serio impacto ecológico y paisajístico para el territorio. Ocurre, sin embargo, que siendo esa una parte importante del debate, no debe ser el único debate, ni el único marco estratégico en el que la propuesta se debata.

Mejor creo conocer el cultivo del plátano. Desde que se sorriba el terreno, se transporta el suelo, normalmente desde lejos, se planta el plantón (ahora mejor la planta joven), brotan los primeros hijos, se selecciona el mejor… hasta que pare la mata, se desfloran los “dedos” de la manilla y se corta la piña… Luego se madura, cosa que en mi época se hacía en pipotes, con unas piedras de carburo envueltas en un saco húmedo, que se ponía en su fondo, hoy práctica en desuso. Eso, si no se atravesaba un temporal de viento que daba al traste con la cosecha, con la consiguiente frustración económica y sentimental para la unidad familiar. Conozco mejor el cultivo a cielo abierto que bajo invernadero, práctica existente en La Palma desde hace relativamente poco, cuando mi quehacer agrícola es más mirar que practicar.

Para el territorio que los soporta, desde una perspectiva ecológica, tan agresivas son las sorribas para cultivar plataneras, como los desmontes para construir un campo de golf. Paisajísticamente, sin embargo, causan menor impacto los campos de golf que los bancales de platanera, incluso a cielo abierto. Cuando se construyen invernaderos el impacto paisajístico se incrementa considerablemente como es bien conocido, aún admitiendo que a la hora de interpretar el paisaje la subjetividad es grande, particularmente en lo referido a sus características estéticas, no tanto a su grado de naturalidad. Un paisaje antropizado (un parque, un jardín o un campo de golf) puede gustar más que un matorral de brezos, de retamar o de higuerillas. Sin embargo, el grado de naturalidad evidentemente no tiene nada que ver, ni tampoco sus características biológicas y significado ecológico.

En este asunto también es determinante la cultura o psicología social a la hora de valorar un impacto o el grado de naturalidad de un territorio. De ahí, que aplicados a escala global, sean bien diferentes los conceptos de biosfera (“esfera” con vida); noosfera (biosfera modificada y explotada por la especie humana); y psicosfera (la biosfera que idealizamos cada uno de nosotros en nuestra mente). Por ejemplo, cualquier palmero medio asume mucho mejor la sorriba de un terreno para plantar plataneras, que su roturación para construir un campo de golf. Lógico, no somos ajenos a las raíces culturales que hemos vivido.

El potencial biótico, que nos caracteriza como especie, nos impone seguir viviendo. En otras palabras, exige buscarnos la vida. Antes fue la caña de azúcar, luego ha sido -y todavía por fortuna lo son- los plátanos. ¿Será en el futuro el césped? Personalmente, no lo tengo nada claro. Nuestra isla es pequeña, por suerte con una gran biodiversidad, y en la que territorio y agua son recursos escasos y muy preciados. Más que como condumio, veo al césped como conducto. Como recurso estratégico para justificar alguna actuación “singular y estructurante”, como les gusta decir a ciertos urbanistas, pero en absoluto para convertir a La Palma como un destino estrella del golf.

Y sin embargo, porque creo en la fuerza del diálogo documentado y sereno, estoy dispuesto a sentarme a la mesa para hablar del “menú”. Porque hay una cosa clara: a unos nos puede gustar más que a otros, pero al final: comer, comemos todos. Y no lo olvidemos, en la isla hay ya 10.000 parados que también necesitan comer: ¿Los “brotes verdes” del golf? Tal vez, pero en algo más que en el pasto habrá que pensar. A mí me gustan más los plátanos, pero tampoco nos los podemos comer solos. Así que mejor se me antoja un plato combinado, en el que plátanos y golf (léase turismo) nos den de comer mejor.

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