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La próstata de Franco > Rafael Alonso Solís

A Garzón se le ha dado una lección de puñetas siniestras, se le ha aplicado un rejón de castigo para bajarle los humos, se le ha puesto un braguero de impecable factura jurídica, según dicen. Lo cual que, con efectos retroactivos, ciertos entornos proclives a explicar el terrorismo político como un movimiento de liberación, se han apresurado a proponer que se revisen todas sus instrucciones. A Garzón, dicen que por prevaricar -que tal vez lo hizo, ya que se trata de una figura cuya flexibilidad de aplicación da para casi todo-, lo señalaron los capos del barrio hace tiempo y decidieron su escarmiento. Y es que con las cosas de comer no se juega, y menos con las de la familia. Tampoco con el tamaño de la próstata y su resistencia al frío.

Nadie entendió una reciente referencia de un ministro a la capacidad del exgeneralísimo para resistir el efecto gélido del agua de río sobre la función excretora, es decir, a su aguante para no mearse cuando iba a pescar truchas. Si legítimas son las llamadas al respeto a la administración de justicia, también lo son las dudas que nos provocan. A los raterillos de barriada los pueden meter en el maco por vender costo sin tener el sello del puesto fronterizo impreso en el papel de aluminio, y a los visitantes sin papeles es fácil embarcarles en una goleta y reenviarlos a las Tortugas. Por el contrario, los delincuentes de guante blanco, disponen de posibles para que un equipo de juristas defienda sus derechos y encuentre el resquicio adecuado para que se vayan de rositas. Más aún, para algualizar al juez que, imbuido de su torpeza y lleno de inocencia, creyó que su función era tratar de descubrir los crímenes y juzgar a los criminales. Las pantallas se han llenado por unos días de risas y brindis. La democracia se redescubre y se celebra como una fiesta renovada, poniendo al juez como prueba. Como a uno le pueden los recuerdos de película, resulta inevitable la memoria del Motín del Caine, o de la saga Corleone, o las múltiples historias de la connivencia del crimen organizado con la justicia. Como siempre, unos y otros seremos incapaces de mirar a nuestro alrededor con la independencia suficiente para distinguir el resultado de los hechos de nuestra preferencia personal, la realidad observada de nuestros deseos inconfesados, el aspecto del paisaje de las tonalidades trentinas con que acaban de pintar las calles. Ante la crucifixión programada del juez no gastaremos un minuto en pensar por nuestra cuenta, sino que correremos a comprar el catecismo para reforzar nuestras convicciones y proclamar, incluso felices, lo bien que funcionan las instituciones.