desde la tronera > cultura popular

Los senderos del agua

Acueducto sobre el barranco de El Chorrillo-El Rosario, que sostiene el Canal de Araya, cuyas aguas llegan a la capital de la Isla. | FRANCISCO M. HERNÁNDEZ

FRANCISCO M. HERNÁNDEZ MARTÍN | Santa Cruz de Tenerife

Cuando los primeros colonos comienzan a instalarse en Tenerife no tienen grandes problemas de agua; otra cosa bien diferente sería algún tiempo más tarde, cuando aumenta la población y por lo tanto las necesidades. En el siglo XVI hay documentados 600 manantiales por la vertiente Norte, así como un centenar por la Sur. De toda esa afluencia acuífera se hace eco algún ilustre viajero, como Fray Alonso de Espinosa, que entre otras cosas dice: “Hay en esta isla de la que voy hablando, por la banda que el Norte la baña, muchas aguas, fuentes, ríos, manantiales y chupaderos que de lo alto de los montes por sus veneros bajan al mar, y de la parte Sur también hay aguas, más no en tanta abundancia como en la del Norte”.

Muchos de esos manantiales y fuentes fueron el germen de asentamientos poblacionales e incluso de municipios. La fuente de La Guancha, mencionada en documentos de principios del XVI, dicen que fue el origen del actual municipio; otro caso es el del portugués Gonzalo Gonçalvez Zarco, que funda un núcleo de población alrededor de la fuente del lugar que con el tiempo se convertiría en Granadilla de Abona.

La existencia de tal número de fuentes y manantiales, obligaba a construir canales y conducciones hacia las tierras de riego o haciendas. Se ordenaba que las aguas que fueran vecinales contasen con abrevaderos para el ganado. Una de aquellas primeras conducciones fueron las canales que el portugués Gonzalo Yanes mandó construir en el valle de El Palmar; hoy un núcleo habitado de este valle es Las Canales, topónimo que se repite en Icod de los Vinos.

Atarjea de puzolana o toba volcánica, en El Topo, Arona. | F. M. H.

Para conducir el agua en aquellos primeros momentos cualquier material era útil: se excavaban atarjeas o acequias en la roca caliza; se elaboraban canales de toba volcánica, madera de pino, piedra chasnera o tejas invertidas. Pero es a fines del siglo XIX y principios del XX cuando empieza la gran tarea de construir kilométricas canales y acequias para conducir las aguas alumbradas en las galerías excavadas al efecto.

Una de aquellas arriesgadas obras fue la impulsada por José González Forte para llevar el agua de los nacientes del Natero, en Barranco Seco, hasta Puerto Santiago mediante una tubería suspendida de los acantilados de Los Gigantes. Con un préstamo de 3.000 pesetas, compró la tubería y comenzó lo que parecía una obra imposible. En un primer momento, a una altura de 25 metros, se colgó la tubería sujeta con unas abrazaderas con la ayuda de una lancha, pero el mar la rompía, con lo que se procedió a colocarla más alta; más tarde la tubería fue sustituida por un canal igual de temerario y arriesgado.

A principios del siglo pasado, cuando en el Sur comienzan las plantaciones de plátanos y tomates impulsadas por firmas británicas, es necesario contar con agua para abastecer los cultivos, así como para cubrir las necesidades de una población en aumento. Entonces se acomete el trasiego y conducción de agua a grandes distancias; nacen los kilométricos canales que lucen desde entonces sus alargadas siluetas. Una de esas faraónicas obras es el Canal de Vergara, que con sus 34 kilómetros es el más largo de la Isla. Este canal recoge las aguas en las galerías del mismo nombre de La Guancha, atraviesa ese municipio, Icod, Garachico, El Tanque, Santiago del Teide y llega a Aripe, en Guía de Isora.

Otros muchos canales podemos ver como suspendidos en los riscos, y cuya construcción tuvo que ser muy arriesgada, algunos ni siquiera fueron terminados; como el canal Fasnia-La Esperanza-Tacoronte, que pretendía llevar el agua desde las fuentes del Barranco de Toledo, en Agua García, hasta Fasnia y más allá. La parte más espectacular de esa obra fue la perforación de túneles con ventanas a mil metros de altitud bajo el risco de Los Cuatro Reales, en las laderas de Güímar, convertidos hoy en un atractivo, al tiempo que recordatorio de las penurias de los hombres que los construyeron.

Algunos otros canales de importancia son el Intermedio, el del Pinalete, el de Araya, el Araca-Portezuelo, el de enlace Norte-Sur, el Unión Victoria, el Aguamansa-Santa Cruz, etc. Desde el más caudaloso de los canales hasta la más humilde atarjea, todas estas infraestructuras hidráulicas han contribuido al desarrollo insular y a mejorar la vida de los habitantes de esta isla.

Francisco M. Hernández Martín es Investigador etnográfico