por qué no me callo >

Lunes de… > Carmelo Rivero

El letrado Fernando Ballesteros, que es hombre cabal y desprejuiciado -me consta-, tiene un desafío a propósito de la fiesta que acaba de saltar del escenario a la calle, de la gala a la melopea (pues a la gente le asiste el derecho a achisparse al menos estos días en los que la verdad es la máscara). Hoy es lunes de. Colocón de soberanía popular. El reto del concejal del carnaval es crear ese museo, la casa de la cosa, en el barranco de Santos, bajo las torres de cristal, y romper el maleficio de un proyecto farol en la historia de una ciudad que no se quiere. En Montevideo, en viejos galpones frente al puerto, han hecho un museo de la identidad con la colección de vestidos, instrumentos y maquetas, amén del fondo audiovisual destinado a un centro gemelo. Aquí hemos estado presumiendo de carnaval sin mover un dedo. El repertorio de los artificios de este pueblo con motivo de don Carnal es algo más que una muestra exuberante de la imaginación colectiva de costureras anónimas y talleres de renombre; es puro teatro popular -como diría Cirilo leal, cronista de la farándula callejera-, llevado a su máxima expresión en el entierro de la sardina, que, como dice la psicoanalista Susana Isoletta, conviene no confundir: se trata de la inmolación ritual de una transgresión efímera, no del sentido común, ya que por aquí muchos lo incineran a diario. Aquel ingenioso genial de Enrique González exhumó el cortejo fúnebre en mi carnaval favorito de 1979, año electoral que ratificó una transición ajena al inminente tejerazo más propio de los carnavales. Los diseñadores con mayor número de reinas Leo Martínez (absentista en esta edición por exceso de éxito y modestia ante el qué dirán inherente a nuestra antropofagia) y Fernando Méndez (de nuevo laureado y bienvenido al síndrome Leo) me transmiten su frustración al desguazar los trajes a falta de templo donde inmortalizarlos con las iconografías de la fiesta para solaz del turisqueo y curioseo local. Aquel año de centro que reeligió a Suárez, el concejal Juan Domínguez del Toro revolucionó el formato: disfrazó a la banda municipal de fanfarria, exportó la cabalgata a la Laguna, montó una verbena en la plaza de la Candelaria, y la Rambla de Pulido vio desfilar a las rondallas, con los primeros ídolos de la infancia (tenores, barítonos, faustinotorres) de un carnaval culto inolvidable. Creo que el pleno municipal censuró ese año u otro inmediato el cartel de Juan Galarza, que era una institución en la materia, por colar los colores de la bandera canaria, tema tabú con Cubillo en las ondas al fondo, otro carnavalero de mucho cuidado.