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Sobre comisiones educativas > Tomás Gandía

No consiste el estudio en aprender textos de memoria ni recibir como dogmas de fe las explicaciones de un maestro y profesor.

Para un correcto funcionamiento de la actividad mental sería necesario que la educación intelectual ejercitase al muchacho y a la muchacha en las operaciones de atender, observar, comparar, discernir, juzgar y criticar.

El profesor guía, orienta, sugiere, conduce y exhorta, señalando los métodos, sistemas y procedimientos más a propósito en el adiestramiento y prácticas de las facultades del entendimiento para la adquisición de los conocimientos, pero de ningún modo puede suplir con su propio esfuerzo el que el alumno ha de realizar para vigorizar su mente, como no le es factible al profesor de educación física sustituir con sus movimientos musculares los que el estudiante ha de hacer por sí mismo con objeto de acrecentar las energías físicas.

De aquí la profunda diferencia entre educación e instrucción. La primera intensifica las energías mentales y predispone a la inteligencia en la adquisición del conocimiento por su propio esfuerzo, encaminándola en la investigación de la verdad. La instrucción comunica, transmite y precisa conocimientos adquiridos por el trabajo de otras mentes. Así distinguió el filósofo J. Balmes entre “personas almacén” y “personas fábrica”.

El intelecto del instruido es un almacén más o menos provisto de conocimientos recibidos por comunicación de las mentes productoras. El entendimiento o inteligencia de la persona que se educa es lo bastante eficaz y activo para investigar por sí misma la verdad, discurrir con acierto y evitar errores.

El instruido viene a ser un repetido de los conocimientos adquiridos por mentes ajenas. La educación de la mente, la pedagogía del pensamiento, tiene íntimo enlace con la de la voluntad, y han de marchar paralelas.

Los tradicionales métodos y procedimientos educativos, que no obstante tantas aparentes novedades pedagógicas todavía perduran en muchos centros de enseñanza, resultan más a propósito para formar personas almacén que personas fábrica.

Se vive en época de apresuramiento febril en que apenas pone la gallina el huevo ya quisiéramos que cantara el gallo.

Estamos en la era de los cursos por correspondencia, enseñanza por ordenadores, másteres…, sin que nadie pueda saber a punto fijo a dónde nos llevará semejante plétora de cultura intelectual, que amenaza convertir al individuo en uno de tantos mecanismos de la novedosa y moderna edad de la tecnología.