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Tiempos nuevos y difíciles

El tiempo es la única herramienta que permite poner en perspectiva los acontecimientos. De igual forma que para apreciar un objeto en su integridad es necesario separarse de él, la distancia nos permite analizar acontecimientos de la historia. Personalidades que en su momento fueron discutidas sólo adquirieron una nueva dimensión a través del paso de los años. Es el caso de presidentes como Adolfo Suárez, forzado a presentar su dimisión en uno de los ambientes políticos más tóxicos de nuestra democracia. O el de Felipe González, cuyo último mandato naufragó entre escándalos. O el de Aznar, cuya segundo y último periodo de gobierno se clausuró con un sangriento atentado.

Cada presidente dejó su impronta en nuestra historia. Desde la transición realizada con habilidad por el duque de Suárez a la normalización democrática y las grandes reformas impulsadas por González, pasando por la afortunada gestión económica de la prosperidad que realizó Aznar. Las luces del periodo de Rodríguez Zapatero, avances en el terreno social y en la igualdad, no se perciben hoy en el manto de sombras de su desafortunada gestión sobre las adversidades de la crisis, ante la que reaccionó muy tarde y muy mal.

El coste electoral de ese error lo ha pagado bien caro el PSOE, castigado en dos citas electorales, autonómicas y generales, de una manera contundente. Pero la peor herencia de Zapatero es la situación en la que ha dejado a su propio partido. Quizás haya sido mejor presidente que secretario general.

Los grandes dirigentes del partido fueron cuidadosamente apartados y amortizados por el puño de hierro en guante de seda del político leonés y su mano derecha, José Blanco. Y lo que es peor, sin que emergieran nuevos liderazgos que vinieran a sustituir un partido seducido, como casi todas las grandes fuerzas políticas europeas, por el cesarismo de un dirigente mediático.

Honestidad

“Aquí termina mi tiempo”, dijo el pasado viernes en Sevilla el ya ex secretario general del PSOE que tuvo la honestidad de reconocer alguno de sus graves errores del pasado (como terminarán reconociéndole, andado el tiempo, su dolorosa y acertada decisión de impedir la intervención de España adoptando el primer paquete de recortes a finales del pasado año).

Y después de su tiempo, vendrá el tiempo de otros, en este caso de Alfredo Pérez Rubalcaba, ayer elegido nuevo secretario general del partido, en el congreso celebrado en Sevilla y en una apretada victoria ante Carme Chacón.

En un sistema bipartidista como el que protagoniza la política española, resulta esencial contar con una socialdemocracia sólida como la que representa el PSOE. La tentación de los socialistas, que se movieron hacia su izquierda en la campaña electoral, es abandonar la centralidad política para marcar distancias con los conservadores en el Gobierno.

Pero la experiencia de otros países europeos indica que sólo las políticas moderadas son capaces de garantizar el progreso social, la estabilidad económica y la existencia de sociedades sólidas.

El mensaje radical a la izquierda del PSOE defiende valores sociales y económicos periclitados. El modelo de sociedad que se ha logrado por quienes dicen hoy tener todas las soluciones a nuestros problemas está representado en Cuba o en Venezuela.

Las experiencias del socialismo real han sido un doloroso fracaso histórico. Los socialdemócratas españoles representan a la izquierda europea que cree en las sociedades de mercado, en las políticas fiscales al servicio de una sociedad más justa y, en suma, en las fórmulas que han permitido el progreso y el desarrollo de las naciones más modernas. El futuro del PSOE está ligado al futuro de España y al de la construcción europea. Por eso es tan importante para todos los ciudadanos de cualquier tendencia política.

Ahora del nuevo líder todos esperamos que contribuya a que los socialistas sean capaces de superar el duro revés electoral y ejercer de nuevo el contrapeso de una oposición razonable para unos tiempos difíciles. Probablemente los más difíciles que hayamos vivido en el terreno social y económico desde el comienzo de la democracia.

La crispación social que producen más de cinco millones de españoles en el paro, la quiebra de la estabilidad del modelo de Estado autonómico, la inevitable llegada de recortes y reformas que afectarán al mercado del trabajo, el recorte de las administraciones públicas, las políticas presupuestarias de austeridad que afectarán al gasto público…

Nos esperan años extremadamente duros y hoy, más que nunca, este país azotado por todos los vientos de la crisis necesita tanto como un buen gobierno una buena oposición. Tal vez incluso más.