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Tintín en el Congo > Rafael Muñoz Abad

La concepción de África que el gran público tiene no termina de alejarse del poderoso eje gravitatorio formado por un coctel de fieras salvajes, negros y selvas. Un guiso al que la globalización añadió condimentos locales en forma de cayucos, caos y hambrunas. Amparado y rebuscando en esa noción infantil del continente que alguna vez todos hemos tenido, me topé con una parte de mi pasado y primer pilar de la llamada africana, cuando el que suscribe aún buceaba por aquella EGB. Aquel idealista y jovenzuelo reportero belga llamado Tintín, nacido del genio de Hergé y su definida línea clara, recientemente ha salido absuelto por un tribunal belga que le ha librado de las acusaciones de apología del colonialismo y el racismo. Me congratulo que el virus de la memoria histérica que aquí tanto mal ha hecho, no triunfe en otros lares sacando las cosas de quicio. Y es que pocas cosas hay peores y sin afán de pareado que un letrado aburrido. El episodio en el que Tintín y Milú recorren el Congo belga está plagado de escenas de caza. El protagonista sale transportado por cuatro nativos en un sillín; y sería faltar a la verdad, si se negara que el cómic resalta esa visión infantil y paternalista que el colonialismo acuñó como seña de identidad para justificarse así mismo. Tintín en el Congo debe de entenderse en el momento en el que su publicó [1930]; juzgándose a la par de los valores socio políticos que en ese período y en plena apoteosis del colonialismo eran vigentes. Hacerlo casi un siglo después se trata de un ejercicio de ventajismo que a nada conduce. Querella que por otra parte no nos debe de extrañar, ya que esa visión irracional, prejuiciosa, paternalista y de superioridad que buena parte de la sociedad actual tiene sobre los africanos ha variado muy poco desde entonces. ¿No puede concebirse la obra como una denuncia adelantada a su tiempo más que de una exaltación del colonialismo? Hergé se amparó en los dictados y prejuicios de su Bélgica natal, como quizás la más cruel potencia colonial. Y a los abusos y fechorías cometidas por los padres belgas les remito; a las narraciones sobre el Rey Leopoldo y sus funcionarios; o a la genialidad de Memorias de África, donde de igual manera, la obra maestra de Sydney Pollack refleja el éxtasis del colonialismo británico y ese posicionamiento del blanco poderoso que viene a traer el progreso a los “salvajes”. La historia fue como fue y no hay mayor pecado que pretender reescribirla por aquellos que la desconocen para cerrar cicatrices, que sólo deben y pueden ser cosidas con el hilo del entendimiento y la lógica del momento. La demanda que sentó a Tintín en el banquillo se vertebra en que sus aventuras en el Congo suponían una ofensa para los negros, y así debía limitarse su acceso a los menores, y advertir de su contenido al lector. Imputación que finalmente fue rechazada por un tribunal de Bruselas. Deliberen ustedes.

*Centro de Estudios Áfricanos de la ULL
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