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Un divorcio elegante

Hay que pensar en los niños a la hora de zanjar la relación de pareja. | DA

REBECA DÍAZ-BERNARDO | Santa Cruz

Hace un par de semanas saltó al candelero esta misma frase como título de un manual escrito por una magistrada y prologado por la elegante por antonomasia del siglo XX, Isabel Preysler, elegante hasta para divorciarse en una España en la que romper una pareja solía ser sinónimo de familias enfrentadas, madres estigmatizadas, padres cabreados e hijos traumatizados de por vida, porque hace veintipico años las fotos de esta señora encontrándose con su ex, o sus ex, que son un par, intercambiándose a los niños para las vacaciones dándose dos besos súper cordiales y posando juntos todos para la eternidad, eran de ciencia ficción.

Y aquí mi querida Menchu tiene mucho que decir, porque ha pasado por unos cuantos divorcios, entre el de sus padres, el suyo propio, y los de alguna que otra amiga más, y desde los diez años tuvo que lidiar con las malas caras de su padre, tuvo que aguantar a su abuela y tías maternas desaconsejando esas temporadas de mimos y agasajos paternos porque luego era imposible volver a meter a los niños en vereda, tuvo que entender que unos nuevos hermanos no eran hermanastros sino hermanos menores, si acaso “los hijos de papá en su segundo matrimonio” como coletilla de una explicación a una mente arcaica…, y sobre todas las cosas, tuvo que aprender a creer en el matrimonio lo suficiente y durante el suficiente tiempo como para embarcarse ella misma en la aventura para naufragar pocos años después con sus propias niñas en el equipaje, rehacer su vida y emprender el vuelo del ave Fénix antes de encontrar un nuevo amor con el que volver a cometer matrimonio, tal y como le dijo su abuela hace pocos meses cuando lo hizo.

Por eso cuando en su día le llegó el fatal momento, Menchu tuvo clarísimo que su divorcio no se iba a convertir en Puerto Hurraco, y aunque le costó bastante, mucho diría yo, a día de hoy la propia Preysler aplaudiría viendo a mi amiga cada dos findes en los intercambios de niños, en esa Primera Comunión de la pequeña con el nuevo novio de mamá y los hijos de él en su primera fase y todos los abuelos presentes y comiendo juntos después de la misa, o en el no va más, esta última cabalgata de Reyes Magos en la terminaron coincidiendo tres parejas, Menchu y su actual marido, el ex y la novia y la ex del actual con el novio, en medio de un meneo de euforia infantil con lluvia de caramelos…

A nuestro carácter “le va la marcha”; latinos, mediterráneos o greco-romanos, como quiera llamarlo, nos encanta montar un pollo, las vendetas de por vida, y tal vez no se nos puede pedir mucha de esa flema anglosajona que tanto nos gustaría tener a la hora de afrontar este tipo de cosas, pero hay que ser coherente porque todo es poco por los niños y su bienestar.

Es lo que más importa, porque los adultos rehacen sus vidas con más o menos facilidad aunque al principio del fin todo sean malas caras y reproches, pero el tiempo todo lo cura y la estabilidad de las mentes de los pequeños es lo que prima, más que un buen acuerdo económico, que también, y las caras de esos niños hablando con naturalidad con sus padres y las nuevas parejas de ambos es algo completamente impagable y preludio de lo que serán unos adultos equilibrados y serenos, y si ahora lo quieren llamar elegante, pues mira, mi amiga Menchu llena de chiquillos, propios y agregados y en chándal, la que más.