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Un paraje agrícola y natural cargado de gran humanidad

La mayor parte de la población de La Galga vive en los lomos en que se divide el barrio. / ACFI PRESS-CÉSAR BORJA

DAVID SANZ | Puntallana

Dicen los que conocen bien La Galga, que una de las señas de identidad de este barrio que marca el límite norte del municipio de Puntallana es la solidaridad entre los vecinos, que se refleja desde las faenas del campo hasta en la organización de sus festejos. De lo que nadie duda es de la personalidad que posee este pago, cuyo linde estuvo en litigio entre San Andrés y Sauces y Puntallana y donde, en alguna ocasión, más en broma que en serio, o no se oye la palabra independencia.

Unas 528 personas, de las 2.418 que están censadas en Puntallana, viven en La Galga. En este núcleo, con una economía centrada fundamentalmente en la agricultura, la población se ha ido consolidando de forma diseminada sobre los diferentes lomos que dibujan su paisaje. A la altura de la carretera general, y en el entorno de la iglesia de San Bartolomé, se concentra el núcleo central del barrio, donde transcurre la mayor parte de la vida social del pueblo.

Camino hacia la costa, comienzan las tierras de cultivo. Plantaciones de viñas y hortalizas, dan lugar, a medida que se desciende, a las fincas de plátanos. En el entorno, antiguos cuartos de apero se han convertido hoy en día en acogedoras bodegas donde degustar los caldos en compañía de los amigos.

Granero y despensa

Puntallana se la ha conocido tradicionalmente como el granero de La Palma, pero como matiza Flora Ortega, vecina de La Galga y propietaria del céntrico bar El Recuerdo, “este barrio llegó a ser la despensa de toda la Isla en lo que se refiere a verduras”. Una afirmación con la que parecían estar de acuerdo todos los presentes en el bar que tomaban el primer café de la mañana. Uno de los parroquianos añadió que “lo tendremos que volver a ser”, en alusión a la crisis.

Flora Ortega, que ha vivido en este barrio toda su vida, reconoce que ha evolucionado mucho. Pero La Galga no está al margen del problema que padece la sociedad palmera con el viaje de ida sin vuelta que realizan muchos de sus jóvenes cuando se marchan a estudiar fuera de la Isla. Con todo, al menos en verano, coincidiendo con las fiestas, regresan a su pueblo natal porque “la gente de aquí es muy patriota”, comenta.

Con 77 años, Vicente Medina Rodríguez mantiene una memoria nítida sobre la evolución del pueblo, después de una vida dedicada a “la agricultura”, junto a otras labores como cortar monte, construir algún estanque, etc. Oficios que aprendió en una tierra “de medianías, donde se criaban vacas, cabras, sembrábamos trigos, coles, papas, etc”.

En cambio, durante su infancia, “cuando la guerra”, recuerda que “plátanos había pocos y llegaron más tarde”. Hoy el plátano cubre la zona de cultivo más cercano de la costa. Una vida de duro trabajo en el campo, que ahora comparte con quien quiera disfrutar de un rato de agradable conversación y de esa sabiduría que va más allá de los libros.

Francisco Ibarria cierra una de las llaves que da paso al agua en La Galga. / C. BORJA-ACFI PRESS

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El señor del agua

La presencia del agua ha sido fundamental para el poblamiento y el crecimiento de La Galga. Su canalización y gestión fue determinante para la expansión de las zonas de cultivos. La naturaleza ha dotado a esta zona de la Isla de abundante agua, especialmente en la zona del Cubo de La Galga, donde comenzó a sacarse agua de los llamados cabucos hasta que se construyó la galería.

Francisco Ibarria lleva cerca de veinte años trabajando como canalero de la Comunidad de Regantes de La Galga. Es quien coordina toda la distribución del agua de este barrio agrícola por las distintas plantaciones, que solo en plátanos puede estar rondando las 400 fanegadas.

Su larga experiencia en esta labor, despiertan aún más la preocupación ante la falta de lluvias en este invierno. “Por primera vez en veinte años estoy regando en el mes de febrero. En enero y febrero nunca”.

Ibarria destaca el hecho de que en La Galga, “lo importante, es que el agua es de propiedad, no se compra, como en otros pueblos donde la mayoría del agua viene de fuera”. En la Galga, el agua de riego viene de la galería del Cubo, que “durante el invierno se tranca casi un 89% y en verano se abre.

Su papel, en un entorno agrario como La Galga, es fundamental, además de acompañarle un buen talante. “Para regar, todo el mundo tiene que contar conmigo”, bromea.

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