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Atrabancos de Semana Santa > Carmelo J. Pérez Hernández

Me sobrecoge lo que está por venir. De lo muy poco que puedo presumir aún en mi vida, destaco que todavía me estremece la conmemoración anual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Sólo nombrar esas palabras… siguen sonando a cuestiones mayores en mi interior, tan saturado a menudo de mensajes de corto recorrido, de esos que caducan a las 24 horas para ser sustituidos por otros tantos. La Semana Santa que hoy comienza, sin embargo, despierta en mí todos los tipos de sed que soy capaz de albergar en mi interior. Tengo sed de los días felices de hace muchos años, cuando todo lo contemplaba yo levantando la cabeza, mirando hacia arriba, de la mano de mis padres. Me gustaría volver a sorprenderme por la belleza, la sobriedad, la seriedad de quienes estos días se encargarán de escenificar los misterios de nuestra fe en las calles y en los templos. Estamos necesitados, estoy seguro de eso, de belleza, de escenarios amables desde los que ver la vida pasar mirando hacia arriba. Y tengo sed de que me duela la indiferencia de muchos hacia la santidad de estos días. Ahora vivo en una ciudad grande, enorme según se mire. Un sitio en el que los cultos y las expresiones públicas de la fe pueden pasar -¡pasan, en realidad!- totalmente desapercibidas para la mayoría. Se me ha hecho un callo al respecto, lo reconozco. Antes, cuando tenía capacidad para ello, montaba lo que fuera necesario en la radio, en la parroquia, en la televisión entre los fieles a mi cargo… para que estos días fuesen distintos. Esa batalla está perdida en una sociedad como la nuestra. No soy pesimista, sino que desde el realismo es desde donde únicamente encuentro las fuerzas para inventar formas nuevas de invitar al acontecimiento. La Semana Santa me da sed de contemplación. Añoro sentarme tranquilo en los mil lugares donde ahora nadie me conoce ni fantasea con conocerme a contemplar el misterio de estos días, a intentar desentrañar una vez más su grandeza. Poco a poco iré acallando las voces que desde fuera me reclaman y me urgen a dedicarles mi pensamiento hasta conseguir quedarme a solas con Dios. Y entonces le diré que no me importaría que me faltara todo, menos él. Me haré un aprendiz de nuevo, me vestiré de no iniciado, para pedir a Dios que sea él quien me descubra la grandeza, la anchura y la hondura de los días grandes que ya he vivido varias decenas de años. Y que yo creo que pueden volver a ser nuevos esta vez. Llego a la Semana Santa con sed, a sabiendas de que eso es un regalo de Dios. Y me comprometo a no calmarla con cualquiera tontería. Es sumamente fácil perderse en la emotividad de las celebraciones más bellas del año. Es sencillo darse por satisfecho a base de penitencias, esfuerzos, madrugones, colaboraciones varias, cansancios de celebración en celebración y de desfile en desfile… Pero no va de eso la cosa. Sino de sobrecogerse. De callar va la cosa. De buscar el estremecimiento nada fácil de descubrir que somos los privilegiados que conocen, aunque sólo sea de lejos, la hondura de un acontecimiento único, inmerecido e irrepetible: Dios hecho carne que, con su vida, su pasión, su muerte y su resurrección ha cerrado el círculo que el Padre abrió un día al parir este hermoso mundo para ponerlo en manos del Espíritu y degustar así por toda la eternidad los pasos que vamos dando hacia él. De eso creo yo que va la Semana Santa. Espero no desaprovecharla con atrabancos varios.
@karmelojph