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Esta huelga > Francisco Pomares

Hay tres formas de acercarse a la convocatoria de huelga de hoy. Una es la que, con escasas disimilitudes esgrimen los voceros el Gobierno de Rajoy y de la patronal española. Para ellos, ésta es una huelga política contra unas reformas necesarias, que va a provocar pérdidas a las empresas, violencia innecesaria en las calles, coacción a los ciudadanos y además no va a servir absolutamente para nada, porque el Gobierno no va a dar marcha atrás en la reforma del mercado laboral, decisión que considera clave para crear empleo en el futuro y que el país pueda salir de la crisis. De acuerdo con tal argumentario, los sindicatos convocantes actúan movidos por intereses ajenos al bien general, carecen de sentido de la responsabilidad y recuperan un lenguaje de clases periclitado y absurdo. A la contra, los sindicatos y quienes los respaldan en esta convocatoria creen que esta huelga sirve para denunciar una reforma laboral que no va a crear ni un solo empleo de calidad, sino a destruir los que ya existen y a bajo coste, que instaura el miedo en los centros de trabajo, que provocará que los trabajadores sin empleo caigan en la exclusión social, que limita el derecho laboral hasta convertirlo en una caricatura, convirtiendo a las personas que trabajan en esclavos de sus patronos, sin derechos y sin defensa, y que además es el principal ataque a los derechos laborales que se ha producido en la historia de la democracia española.

Luego está la visión de la mayoría: no cree que esta huelga vaya a servir para resolver la crisis, y teme perder un día de salario en unos momentos en los que uno cuenta la moneda chica cuando paga el café. A esa mayoría le preocupa que haya millones de personas que no encuentran trabajo, no lo encontraban antes y no lo van a encontrar gracias a la nueva reforma, aunque saben que ahora, si por un casual tienen suerte y los contratan, van a cobrar menos y va a ser mucho más barato echarlos. Esa mayoría está harta de promesas políticas que se incumplen al mes de gobernar, de mentiras, de demagogia y -sobre todo- de que cada vez que un político abre la boca, suban los impuestos y bajen los sueldos, mientras que el Congreso se gasta doce millones de las antiguas pesetas en hacerle un retrato a su expresidente. Esa mayoría está muy enfadada, y puede que decida no ir hoy a trabajar, sólo para que la nación sienta su estado de cabreo.

La huelga, esta huelga de hoy, será un éxito o un fracaso dependiendo de lo que al final haga esa gente que no cree demasiado en que pueda servir para algo.