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Isidro, el diplomático > Salvador García Llanos

Isidro González Afonso quiso conocer cómo era in situ la llegada de un cayuco y se acercó en silencio hasta Los Cristianos para ver los rostros desencajados de jóvenes y de niños, con algunos de los cuales, ya en tierra firme, habló mientras eran auxiliados: a unos reconfortó, a otros les despejó los naturales temores y de otros palpó la satisfacción que suponía haber superado la aventura en tan precarias condiciones de navegación.

Isidro estaba allí, en medio de aquella epopeya, de aquella tragedia humana que convulsionó el territorio canario y la sociedad de las islas a mediados de la pasada década. El diplomático discreto, el paisano del valle que ejercía en Asuntos Exteriores, en el gabinete del ministro Moratinos desde donde saltaría, en nuevos destinos, a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y a la embajada de España en Nicosia (Chipre), vivió la experiencia que, sin duda, le sería muy útil para los informes que habría de elaborar, un suponer, para afrontar la estrategia de la “ofensiva diplomática” -y no queda más remedio que entrecomillar la expresión- que España habría de desplegar para frenar el fenómeno de la inmigración irregular que también puso en guardia a la Unión Europea (UE).

“Somos diplomáticos”, dijo en cierta ocasión Inocencio Arias e Isidro González Afonso gusta de repetir ese pensamiento, tal como puso de manifiesto en su intervención del pasado viernes en el orotavense Liceo Taoro, donde, presentado por Juan Ruiz Alzola, habló de su profesión con la pasión enamoradiza de quien la abraza para siempre y experimenta la íntima satisfacción de haber sabido elegir y de experimentar cada vez, todas las veces, un paso positivo, un paso a favor del diálogo y del entendimiento entre los humanos.

Trazó González, en amena disertación, con lenguaje llano, un recorrido por la realidad de nuestros días. Desde el debate abierto en Estados Unidos, en plena campaña electoral, para resistirse a perder la condición de primera potencia mundial; a las progresivas conquistas de China y el crecimiento sostenido de otros países como Brasil, Turquía o Sudáfrica. Del modelo turco, por cierto, habló con generosas expectativas, incluso para aplicaciones políticas allí donde los conflictos políticos se enquistan. Se refirió a la evolución de la “primavera árabe” -situó muy bien su origen en unas demandas sociales en El Aaiún, antes que en las protestas de Túnez- y a la incidencia del cambio climático que también padecemos en las islas, con cuyo nuevo debate, las prospecciones petrolíferas, fue respetuosamente ecuánime sin ni siquiera vislumbrar una hipotética controvertida internacionalización del bien apetecido. Quiso ser optimista con la consideración que se tenía de España en el extranjero, con sus avances de las últimas décadas, sin dejar de reconocer las penurias que albergan y confiesan sus habitantes. Y confió en los esfuerzos de la UE para superar las penurias económico-financieras que la atenazan.

Isidro, el diplomático tinerfeño, el hombre que ya ha trabajado con cuatro ministros de distinto signo político, acercó a su auditorio La diplomacia del siglo XXI, con su relato y sus respuestas, en una amena y provechosa clase de Derecho Internacional. Para muchos fue un auténtico descubrimiento.