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Las mujeres que fuimos

Imagen del puerto de Santa Cruz, a principios del siglo XX. / ROSENDO CUTILLAS (ARCHIVO GENERAL LA PALMA)

EUGENIA PAIZ | Santa Cruz de La Palma

Es ahora, en pleno siglo XXI, superados los tabús sociales que silenciaron durante décadas las vidas de los cientos de mujeres palmeras ahora denominadas viudas blancas, cuando han dado testimonio público de la soledad, el esfuerzo y las penurias que pasaron junto a sus hijos mientras esperaban el regreso de los emigrantes a Venezuela, que durante la posguerra cruzaron el Atlántico para buscar un futuro mejor y por los que esperaron, a veces, toda una vida.

“Muchos de los maridos que se fueron a Venezuela no regresaron y nos tocó demostrar que teníamos una vida intachable”, algo que las obligaba a hacer una muy limitada vida social, reducida a “salir a misa y por lo demás siempre acompañadas de nuestra familia o de los padres y hermanas de nuestros maridos, siempre bajo su estricta vigilancia y guardando una especie de luto que duró muchos años”.
Relata una de las mujeres a DIARIO DE AVISOS que, “además de sacar a nuestros hijos adelante en medio de la posguerra, del hambre, de la miseria y de las penurias que pasamos con jornadas interminables de trabajo, ya fuera en los tomateros, más tarde en los almacenes de plátanos, haciendo ojales o dejándonos los ojos en trabajos de costura, o en el campo, teníamos que demostrar con una vida de encierro que éramos las más honradas”.

Muchas de estas mujeres pasaron años esperando cartas que nunca llegaron porque nunca fueron enviadas.

Los hombres encontraron en la Octava Isla trabajo, tierras que cultivar y un horizonte de más o menos prosperidad, pero también hicieron otras familias, otras vidas dejando tras de sí un estela de amargura y luto que se impuso durante décadas.

Parte del mural de Cossío que refleja el drama de la emigración. / DA

Ocultas

María, que da este testimonio para DIARIO DE AVISOS y prefiere guardar el anonimato, cree que “todavía hoy hay quienes nos reprochan a algunas que intentáramos tomar las riendas de nuestra vida y no me refiero a tener otro hombre, sino a decidirnos a salir a la calle, a ir a los bailes, a intentar sobrellevar nuestra espera de una manera que hoy sería normal, pero que en aquellos tiempos, en medio del franquismo y con unas limitaciones enormes para las mujeres, era un pecado”.

Otras fueron más afortunadas, bien porque los hombres les enviaban dinero para “ir levantando las casas” y “poder salir adelante”, hasta que decidieron regresar, y otras porque decidieron “liarse la manta a la cabeza” tras largos años de espera y salir rumbo a Venezuela dejando a sus hijos con tías y abuelas, para “recuperar a los maridos”.

Fue la consejera de Asuntos Sociales del Cabildo palmero, Jovita Monterrey, quien semanas atrás y coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Mujer, impulsó un acto celebrado en Los Llanos de Aridane que convirtió en protagonistas “a las mujeres que vivieron la otra cara de la migración canaria”.

La germinación de este homenaje se encuentra en el documental realizado por tres jóvenes sociólogos, Estrella Monterrey, Dailo Baco Machado y Ana Pérez Pinto, quienes relatan que la idea surgió tras conocer algunos casos y comprender que “la historia tenía bastante fuerza y debía de ser contada para descubrir las vivencias de estas mujeres que forman parte de nuestra historia”.

En su trabajo de investigación, que arrancó tras el verano pasado, y el posterior montaje del documental, encontraron que “hay muchos casos distintos dentro del mismo fenómeno, todos ellos unidos por el nexo de sufrir la espera y la incertidumbre sin saber si sus maridos estaban vivos o muertos”.

Las denominadas viudas blancas no pueden ser descritas como un amplio colectivo porque nunca, ni aún en la actualidad, llegaron a asociarse ni a reivindicar nada. Todas ellas se convirtieron en las cabezas de familia después de que sus maridos emigraran, siempre bajo la tutela de otros hombres, padres, suegros o incluso los curas del pueblo donde vivían.

La ausencia de sus cónyuges las abocó a un limbo social, administrativo y legal en el que no eran dueñas ni de sus vidas ni de sus destinos. Aquella espera, recuerda la historiadora palmera y cronista oficial de Los Llanos de Aridane y consejera de Cultura y Patrimonio del Cabildo, María Victoria Hernández, “marcó sus vidas, teniendo que sacar fuerzas para salir adelante en un difícil panorama moral, social y político, y viéndose relegadas a un segundo lugar en la historia que se cuenta de ese periodo de La Palma y de Canarias”.

Sin duda, trabajos como Ni solteras, ni casadas, ni viudas, de María Victoria Hernández, consiguieron rescatar del olvido el a tantas mujeres que padecieron esta situación y reivindicar el papel fundamental que jugaron durante los años de la emigración en Canarias como auténticos baluartes de la familia.

Imagen del rodaje del reportaje de Las viudas blancas. / DA

Los hijos de las viudas blancas son protagonistas secundarios de una historia sin contar, con padres ausentes en una sociedad jerarquizada que cuantificaba la decencia en virtud de la presencia de un cabeza de familia que ellos no tenían. Las viudas blancas tuvieron, muchas veces y durante décadas, que justificar frente a sus hijos a los maridos que las habían abandonado y, en algún caso, incluso recibirlos envejecidos y enfermos para cuidarles en sus últimos años o meses de vida.

Algunos de los hijos de estas mujeres, ya adultos, volaron en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado a Venezuela para encontrarse con sus padres y, en la mayoría de los casos, regresaron a La Palma profundamente decepcionados, tras encontrar a un desconocido, con otra familia, con otros hijos con los que sólo, en algunos casos, terminaban estableciendo lazos afectivos.