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Lo que el agua se llevó

Por Rebeca Díaz-Bernardo

Charlando el otro día con un grupo de amigas, de repente nos dimos cuenta de que ya hace diez años de la riada del 31 de marzo, y comentando el paso del tiempo y lo que ha acontecido a lo largo de él, una de las chicas nos contaba que ese día en concreto fue, bromas macabras aparte, la gota que colmó el vaso de la relación que mantenía por aquel entonces. Ella vivía en aquella época en La Laguna y recordamos que no paraba de llover, y llover, y llover, y aunque allí no hubo demasiadas inundaciones y nadie se imaginaba la que se estaba formando en Santa Cruz, esta niña vivió su pequeña tragedia sentimental que comenzó en el mismo momento en que se le ocurrió sugerirle a su chico hacer una pequeña ñapa en casa aprovechando que no podían salir ni a sacar a los perros, y así fue como la inocente petición de hacer dos agujeros con el taladro para colocar un colgador en la pared de detrás de la puerta del dormitorio se convirtió en el cisma que provocó que menos de quince días después esa pareja terminara su relación.

Y es que si nos paramos a pensar en la gran mayoría de las broncas que tenemos con nuestro cónyuge, éstas suelen suceder a raíz de una pequeña estupidez o tras un cúmulo de despropósitos y de muchas estupideces juntas, porque muchos y muchas aguantan bobería tras bobería hasta que de repente un día, un pelo en el lavabo del baño, un frasco de gel mal cerrado, una pequeña tarea que el otro (o la otra) no hizo por despiste, hacen que se forme la de San Quintín y la tengamos liada para varias horas, o para siempre, porque en el caso de esta amiga que te comento, su iniciativa a pasar el día de lluvia torrencial haciendo bricolaje en casa se juntó con el cansancio de su novio que se había tirado toda la Semana Santa trabajando y que ese domingo quería descansar, agregándole el estrés del encierro por culpa del agua, los perros lloriqueando porque querían salir a la calle y no entendían que ellos dos no hicieran movimiento de sacarles y en cambio estuvieran ahí discutiendo por la broca del taladro, y ya el acabóse que fue la llamada de la madre de él para avisarles de que se le estaba inundando el garaje en La Cuesta y que los movilizó a todos para ir a prestar socorro… Súmale el susto en el cuerpo, la empapadera que se cogieron durante la carrera del portal al coche, más indirectas a cuenta del taladro mientras bajaban de La Laguna a vuelta de rueda, más quejidos de los perros a los que habían subido a bordo por si escampaba y se daba la oportunidad de sacarlos en algún momento, más susto al llegar a la casa inundada y ver el casi medio metro de agua ahí delante e imaginar lo que habría dentro, buscar dónde dejar el coche, salir corriendo y volverse a empapar, pegarse toda la tarde achicando el garaje y venga la matraquilla con el taladro, la broca, el colgador y la pared detrás de la puerta del dormitorio, y por lo visto, cuando el día acabó, se estaban echando en cara hasta la muerte de Manolete y así estuvieron durante toda la semana siguiente hasta que por fin, hartos de dormir en cuartos separados y de apenas hablarse durante días, se dieron cuenta de que todo lo que se habían dicho mutuamente eran verdades como puños que hacían la convivencia inviable ni un día más y decidieron poner fin al drama y a la relación.

Estamos hartos de que psicólogos y expertos nos digan que hay que tener comunicación con nuestro entorno, con nuestros familiares, padres, hijos, con nuestra pareja, porque es altamente tóxico callarse la boca y aguantar carretas y carretones que lo único que consiguen es formar una bola de cabreo interior en la boca del estómago que hace que después, cada vez que se haga un pequeño comentario relativo al tema que sea que provoque fricción, nos haga saltar como dragones de Komodo a la defensiva y ataquemos sin perdón y sin pensar en las consecuencias, y es que la convivencia se trata de eso, de pequeños dramas y pequeñas alegrías que se combinan entre sí y a diario y que hay que aprender a manejar con soltura y sin grandes tragedias, porque a día de hoy, esta amiga que te digo, lo recuerda y se ríe de la situación, te la cuenta como si fuera una película de los hermanos Marx y todas nos echamos unas carcajadas con ella solo de pensar que por un puñetero colgador de pared ambos decidieron terminar una relación que ya duraba unos ocho años, pero en su momento aquello tuvo que ser la batalla de Troya… y después, con los años, ella se ha ido haciendo con su propia caja de herramientas y es la que nos ayuda a las demás a colgar cuadros, taladrar paredes y lijar superficies porque se ha hecho una pequeña experta en bricomanías para no depender de nadie en ese sentido nunca más.