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Lucio Dalla > Luis Ortega

Con cincuenta años de carrera, una inspiración notable, con el dominio de numerosos instrumentos y el grado de virtuoso con el clarinete y el acordeón, Lucio Dalla murió “como un gladiador, de pie y en lucha hasta el último momento”, como comentó su productora Caterina Caselli. Un infarto de miocardio acabó con aquel boloñés, radical e independiente que, contra los embates de la moda, mantuvo su estilo propio, su sentido innato de la melodía y su inconfundible voz, potente y astutamente rasgada, sus recitativos de ópera moderna, las orquestaciones emotivas y la pasión que, a raudales, entregaba sin reservas en una grabación o en un concierto. En los últimos días, y con su colega y amigo Francesco de Gregori, había iniciado una gira europea, que abrió en Lucerna -e incluía otras ciudades suizas- como continuación de unas memorables actuaciones en su país que, tristemente, se convirtieron en la despedida de sus compatriotas. Su popularidad arrancó con su participación en el festival de San Remo de 1971 con una tierna balada dedicada a Jesucristo, humano, dulce y limpìo que, por imposición directa de la Iglesia, tuvo que cambiar su título de Gesu Bambino por 4-3-1943, la fecha de su nacimiento y, como era natural, no tuvo posibilidad alguna de ganar el certamen. La dimensión de su figura tiene una valoración especial desde los años ochenta cuando, entre títulos de cotidiana intimidad, incluyó trabajos de una gran calidad literaria y musical que enriquecíeron el alicaído acervo cultural de un país que, pese a su potencia económica, no supo mantener la calidad de su música y cine en las últimas décadas del pasado siglo. Lucio Dalla fue la excepción, sin caídas en la mediocridad ni zonas de sombra; por unos días no alcanzó los sesenta y nueve años y ya está en la memoria de cuatro generaciones de europeos. Sin ser un motor de masas, resulta imprescindible para seguir los rumbos de la música moderna y el romanticismo que alentó su trabajo.

En los ratos lánguidos o vacíos, será muy sano buscar su acento inconfundible y su apariencia nada convencional, donde quiera que estemos o en los lugares donde localizó al gran Caruso -de este tema, calificado como uno de los mejores de la música italiana, se hicieron más de treinta versiones, entre ellas una memorable de su paisano y amigo Luciano Pavarotti – “allí donde el mar reluce y sopla fuerte el viento, sobre una vieja terraza frente al Golfo de Sorrento.