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No será la última>Francisco Pomares

Una mala noticia: la huelga de ayer fue un éxito en toda España. Si una huelga es un examen del estado de cabrero de un país, va a ser verdad que este país está muy pero que muy enfadado.

La respuesta a la convocatoria de huelga general ha sido masiva y ha logrado paralizar casi completamente los trasportes, el comercio, la industria, y las actividades financieras: entre el sesenta y el setenta por ciento de los trabajadores se han sumado al paro. La séptima huelga general de la democracia española, convocada en el peor momento económico del que exista memoria, será probablemente recordada como una de las que más apoyo y respaldo logró concitar. Es sorprendente que ocurra así, precisamente cuando hay cinco millones y medio de personas en paro, gente que vive instalada en huelga obligatoria y diaria desde hace años. O cuando los que aún tienen trabajo tienen más miedo que nunca a perderlo, o cuando los sindicatos y sus dirigentes compiten con los políticos por los primeros puestos en la lista del rechazo y el desprestigio social. Pero lo más chocante de todo lo que esta huelga representa es que este respaldo masivo la convocatoria sindical se produce cuando sólo han pasado cien días desde la toma de posesión de un Gobierno que logró la mayoría absoluta en las urnas. La respuesta al paro parece dibujar un país muy diferente del que se volcó apoyando hace apenas cinco meses en todas las regiones las candidaturas del Partido Popular. Se ha querido explicar que la victoria del PP entonces fue más bien la derrota y el castigo de un muy desgastado Zapatero. ¿Y a quién castiga ahora esta huelga?

La huelga, aunque aúne muy diversas motivaciones y esté marcada por el signo del descontento general, no puede de ninguna manera disociarse del rechazo a las decisiones de Rajoy en política económica y en materia laboral. Si lo de ayer fue el examen de la calle, entonces las reformas de Rajoy han recibido un contundente suspenso. Los españoles no creen que el camino emprendido para resolver la crisis, crear empleo y recuperar la confianza deba ser el que estamos siguiendo. Puede que las políticas que sigue Rajoy reciban el aplauso de la Unión Europea, la patronal y eso que llamamos los mercados internacionales. Pero los trabajadores españoles no aplaudieron ayer.

Ya ha dicho el gobierno que no va a rectificar el rumbo de sus políticas, ocurra lo que ocurra, porque no tiene otras, porque estas son las únicas que pueden aplicarse. Lo dijo Rajoy antes incluso de que empezara la jornada. Es un mal discurso, negarse a escuchar, negarse a ver. Si el paro y las movilizaciones de hoy no sirven para nada, entonces, esta no será la última huelga.