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Petróleo sí, petróleo no… > Miguel L. Tejera Jordán

Primero que nada quiero advertir una cosa: hoy me he levantado de mala baba y quiero aclarar a los lectores que me importan un pimiento morrón las corbatas de José Manuel Soria y las de Paulino Rivero. Tanto el ministro, como el presidente, son dos seres humanos que tienen que pasar por el retrete y contar con papel higiénico después de hacer sus cosas. Son tan mortales como usted o como yo, lector. Por más que estén en la pelea de demostrar que el mármol del cuarto de baño de uno es mejor que el del otro.
Y un servidor ya está harto de la deposición política de ambos…

Dicho lo anterior, todo el debate que se está montando en torno a la existencia o no de petróleo, o de gas natural, en el subsuelo marino de Canarias, o de los dos recursos a la vez, se me antoja tan estéril y diarreico como las babas que sueltan los partidarios del uno, que son, a su vez, los detractores del otro, y viceversa.

Lo primero que hay que demostrar es que existen tales recursos. Porque, si no existen, todo el tenderete que están montando no pasa de ser paja de vaca. O bellota de cochino. Mientras que, para demostrar que existen, hay que empezar por comprobarlo, es decir, por realizar las prospecciones. Esto es como el médico que quiere saber si la médula espinal de su enfermo tiene el líquido raquídeo a punto, o purulento. Y para averiguarlo, no le queda más remedio que hacerle una punción lumbar. Al subsuelo marino de las islas – justo en la zona en la que lindamos con el vecino (ya conocemos todos el nombre del vecino)-, hay que hacerle la punción lumbar. Es decir, hay que pincharle para saber qué encontramos debajo. Y si lo que encontramos debajo es bueno, en cantidad y calidad, como para sacarle provecho, ya se verá en su día qué hacemos con el líquido raquídeo. Porque, si no hay nada, santas pascuas. Y a seguirle haciendo la cama y a limpiar los retretes de los turistas, es decir, a explotar el monocultivo turístico. Pero, si hay hidrocarburo, o gas natural, o las dos cosas a la vez, habrá que ver en qué cantidad y de qué calidad. Y de qué manera podemos sacarlos de debajo del mar para hincarles el diente y obtener algún provecho. Mientras que, si no lo hay, o es tan malo que no vale la pena, pues de vuelta todos a la lencería, a lavar y planchar las sábanas y las toallas del inglés o del alemán de turno, que parece que es nuestro destino (o tal vez el designio que nos tienen asignado los que yo me sé, que de ello escribiremos otro día).

Si hubiera o hubiese hidrocarburos (en la forma del oro negro o del gas natural que tanto y tan bien se cotizan por los mundos de Dios) ya decidiremos qué hacer con los tales. O lo que es peor, ya lo decidirán otros por nosotros y apenas podremos abrir la boca. Lo único que sé es que, queramos o no queramos, o sacamos el petróleo nosotros, o nos lo sacarán otros (además de los ojos). Y un servidor prefiere no tener que pagarle la factura al oculista. A dos pasos tenemos a un Camilo Sexto coronado, que no canta, pero a buen seguro gusta alzar la voz. Y si no andamos diestros, los mojamas nos meten las prospecciones y las plataformas marinas por dónde nos quepan, para extraer el crudo solitos. Con el coronado de solista. Y nosotros de coro. De niños del coro…Con Paulino de tenor. Y José Manuel de barítono.

Y usted y yo, lector, barriendo y fregando el auditorio…

Ministro y presidente harían bien en dejar esta batallita en paz.

Trescientos mil parados y los familiares que de ellos dependen, merecen un gran, gran respeto.

El que los dos están perdiendo de una ciudadanía harta. De discursos escritos en papel…, escatológico.