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Sin petróleo, no hay turismo

Los gobernantes, la iglesia y la masa persiguieron, marcaron, desterraron y hasta mataron a los que primero se atrevieron a abrir el cuerpo humano para conocer qué ocurría en nuestro organismo. Luego, como muestra Rembrandt en su Lección de anatomía, de 1632, la disección de un cuerpo se convirtió en un acontecimiento social. El cuadro muestra al doctor Nicolaes Tulp, de Amsterdam, con otros colegas sobre el cadáver del criminal Aris Kindt. El teatro estaba hasta los topes de estudiantes, colegas y público en general, porque las disecciones estaban limitadas a una vez al año y sólo en invierno. Hoy, todos nos beneficiamos de los avances de la medicina y hasta exigimos un TAC para saber qué nos ocurre dentro ante cualquier molestia o sospecha.

Lo mismo vivimos estos meses en Canarias respecto a la existencia o no de petróleo en los límites de nuestras aguas, antes de cruzar la mediana con Marruecos.

El principal argumento (si a la demagogia y el no sistemático puede llamarse argumento) de los que se oponen a las prospecciones petrolíferas es que perjudicará al medio ambiente y, por extensión, a los turistas que acuden afortunadamente por millones a nuestras Islas, que huirían como de la peste porque nosotros les insistiremos que allí adonde no alcanza la vista se está extrayendo petróleo. En lo que no caen (o, peor aún, lo que no quieren reconocer) es que sin petróleo, no habrá turismo. Los millones de europeos que llegan al Archipiélago lo hacen en aviones impulsados por keroseno, un derivado del petróleo, recogen sus maletas de cintas impulsadas por electricidad generada por el petróleo, llegan a los hoteles en vehículos alimentados por petróleo, por carreteras construidas con petróleo. Los hoteles donde se hospedan no lo serían sin el petróleo, ni nada, absolutamente nada de lo que disfrutan durante su estancia tendría sentido sin el petróleo. Canarias depende tanto del petróleo que son difícilmente comprensibles las manifestaciones de nuestros gobernantes oponiéndose a las prospecciones, a la vez que recortan y coartan las iniciativas en energías renovables, limpias e investigación y desarrollo y mantienen una política de abandono de la mayoría de los espacios naturales protegidos de los que presumen.

Lo único que actualmente tiene la compañía Repsol es la evidencia de sus sondeos sísmicos que indican la posibilidad alta de haber encontrado una o varias bolsas en el fondo marino, muy cerca a la mediana con Marruecos, a más de 60 kilómetros de la playa más cercana de Lanzarote y Fuerteventura. Solo eso, aunque si se confirma la certeza creen haber encontrado un yacimiento importante, de lo que se desconoce cuánto porcentaje es de gas, petróleo y agua. Sobre esa posibilidad se han montado toda una serie de suposiciones, desde que se trate de un depósito gigante que puede suministrar 1.000 millones de barriles en 25 a 30 años hasta la cómica afirmación de que en las Islas se construirán los barcos de cientos de metros de eslora necesarios para las perforaciones. Antes de pinchar por primera vez para saber qué hay exactamente ahí abajo, de qué calidad es el petróleo y qué cantidad se podrá extraer, antes de todo eso, habrá que presentar un estudio de impacto ambiental. Y su tramitación puede ser tan breve como dos años o eternizarse con recursos ante Bruselas como le ocurrió al puerto de Granadilla, retrasado durante lustros, por la supuesta defensa de tres escarabajos o de los sebadales. Esta polémica y los movimientos de oposición al llamado oro negro son muy prematuros. Queda mucho recorrido antes de empezar a extraer el primer barril de petróleo. Un gobernante responsable debería preocuparse por diseñar una estrategia para que los beneficios de la petrolera (merecidos por justicia, tras la inversión millonaria que habrá hecho en estudios previos) sean compatibles con una recaudación suficiente para los canarios y las arcas de todo el país, como ocurre en todos los países productores del mundo, desde Argelia y Venezuela, hasta los árabes y Nigeria. Un gobernante responsable tendría en sus manos todos los estudios científicos y habría creado un comité de expertos en la materia. Ya se habría movido para que la Refinería de Santa Cruz fuera, por obligación, la que transformara ese crudo en combustibles y todos los productos derivados (los portuarios de Las Palmas ya han alzado la voz, ¿y nosotros, qué?).

Si en algún momento hemos tenido en nuestras manos diversificar nuestra economía es éste, precisamente. En turismo, dependemos en exceso del exterior (precio de los pasajes de avión, del capricho de turoperadores y las malas artes de los destinos competidores). Cuando cualquiera de estos tres factores quiera, nuestras cifras de visitantes caerán a la mitad y el sistema se colapsará. Abrir otra posibilidad económica no es una opción suicida, sino inteligente.

Pero todo lo anterior supone trabajar. Trabajar muy duro, a destajo, en largas jornadas y con seriedad, documentos y datos, sentarse con los cabildos, el Gobierno canario, el Estado y hasta la propia empresa Repsol para diseñar una estrategia política por el bien general de este país y de las Islas. Salir a las calles para oponerse a algo que no existe (aún no hay certeza de nada), mientras estos mismos ciudadanos aún no se han levantado por la falta de trabajo, por la voracidad bancaria o por el retraso de la propia administración en pagar a los miles de acreedores ahogados por su culpa, por impago, no nos sitúa entre los pueblos más avanzados del mundo, precisamente.

Ahora mismo, cuando nadie sabe prácticamente nada, oponerse a conocer qué hay ahí abajo recuerda a la masa que se levantó hace siglos contra los primeros estudios forenses. En nuestro caso, alguien ha olvidado que sin petróleo, tampoco habrá turistas. Vamos a seguir necesitándolo durante muchos decenios. Mejor que seamos nosotros los que tengamos el control.