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Loewe ha sido tema de conversación estos días por haberse sacado una especie de publirreportaje larguísimo e insoportable, protagonizado por unos jóvenes de marcado carácter pijo, evidentes problemas de dicción y estética tirando a regulera en algunos casos. El anuncio no hay por dónde cogerlo y aburre hasta a las ovejas más animosas. Gracias a su concatenación de frases sin sentido e imágenes turísticas de Madrid, Loewe se garantizó una fuerte repercusión en redes sociales, a costa de ser aún más impopular entre la amplia capa de la sociedad que no puede permitirse pagar lo que cuesta uno de sus bolsos. Todo han sido palos para la marca, porque pocos hemos captado el verdadero sentido del anuncio. Lejos de presentar esa imagen estereotipada de la juventud española como a) hordas de mileuristas o nimileuristas que tienen un trabajo poco o nada relacionado con lo que estudiaron, o b) legiones de chicos y chicas hiperformados escudriñando en Internet los vuelos más baratos para buscar curro en Alemania o Brasil, Loewe nos ofrece un retrato luminoso de una juventud despreocupada y liviana, quizás estúpida pero, ¿no es la estupidez consustancial a la juventud? Ah, no, que no lo es. Y tampoco debería serlo al consumidor. Con la tontería de Loewe y los dos empates seguidos del Madrid hemos echado la semana, que no todo va a ser la crisis y los recortes. Que digo yo que ya que he nombrado tanto a Loewe, podrían mandarme algo. ¿Qué? No me mire así. No hace ni un año que tengo esta columna; no tengo, por tanto, antigüedad suficiente como para pedir con sutileza.