“No ha habido tiempos mejores ni peores; eran años de buen sentido y de locuras; época de fe y de incredulidad; temporada de luz y de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros, y no había nada; todos íbamos derechos al Cielo, y marchábamos en sentido contrario. Aquel periodo era tan semejante al actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”.
El primer párrafo de un libro que he leído dos veces; una dedicada a Londres y la otra a París, por motivos obvios. “Historia de dos ciudades” de Dickens siempre me recuerda a las dicotomías que distinguen y enfrentan a ciudades islas países personas partidos aficiones religiones, a etcétera. A buenos con malos, verdades con mentiras, claros y oscuros, limpios y sucios, socialistas con eco-socialistas –verdonchos-, ingenuos con chanchulleros, y a un sinfín de duplos sentados en flancos enfrentados. Este libro y “Los miserables” de Víctor Hugo han sido compañeros de mesilla los últimos años de mi vida. Léanlos y comprobarán como reflejan en sus páginas el día a día que vivimos, con sus honestas personas y sus malandrines.
Me cansan las pugnas intestinas que ansían provocar personajes -arribistas- con afán de protagonismo, que buscan y rebuscan para usar a personas de buena fe que necesitan sentirse parte de algo evitando la soledad de sus neuronas. Los últimos vivían tranquilos desordenados o fuera de ordenación desde los años ochenta, proliferaban transacciones, compras, ventas, hipotecas, prestamos y otros, se aceptaba tal situación por cuestiones diversas, entre otras porque vivíamos desordenados y había que ordenar y planificar para avanzar con visión de futuro, el tiempo el orden y el sentido común iría poniendo cada cosa y cada casa en su sitio. Todavía no conozco a nadie que haya perdido nada por esta figura.
Hasta que el llanero solitario santacrucero, un fulano con nombre y apellidos, ansioso por convertirse en alguien, saltó a la cancha a presionar en todo el campo, al contrario al publico al ruido al árbitro a ricos a pobres a los Hermanos, a los de aquí a los de allá a todo él y lo que se mueva sin su venia. Intento no concederle un instante de mi tiempo, pero hace unos días cayó en mis manos un artículo de Borja Villaseca, y ¡ños, me vino a la memoria el personaje! titulado ¿Va usted de juez implacable? Pues, hágaselo ver, en vez de perder el tiempo señalando a otros con el dedo, lo mejor es que, si puede, se mire al espejo.
Vuelvo al DIARIO, tras una temporada de reflexión reconsideración, y reencuentro conmigo y con los míos. He pasado página en silencio ¡Buenos días!