POR QUÉ NO ME CALLO >

Crucificados > Carmelo Rivero

El humor no remueve la realidad, pero la trivializa. Y cuando le pregunto a la psicoanalista Susana Isoletta por la risa, suelta una carcajada. Estamos tan enfermos de crisistemia que el Teatro Compac estaba a rebosar para desternillarse con Carlos Latre. La centenaria Gran Vía -las colas del Rey león son otra prueba de ello- desmentía, la noche del sábado posConsejo de Ministros presupuestario, una recesión que importa un bledo a los amos de Europa. Y cuando la calle rezuma alegría (pese a que faltaban a esa hora todavía los rostros de aprobación o desagrado por el Osasuna-Madrid y Barça-Athletic), se masifica y la gente gasta como antes, como si esa no fuera nuestra realidad presente, sino otra, bien es cierto que no tan remota, vivir una quimera así es un gustazo activista, que destrona a la austeridad, y uno se imagina en esa muchedumbre que le lleva la contraria a la triste Europa, como en una manifestación contra el diktat del Gran Hermano. Olli Rehn y Juncker (mano al cuello de De Guindos) son capaces de todo con tal de nada. El euricidio. Nos están robando la felicidad estos jerarcas amargados de Europa. Y acudir a una velada divertida con un humorista genial (que me recuerda el transformismo oral de Calero) es una prueba de valor. Latre, en su espectáculo Yes, we Spain is different, imagina una España vendida a Alemania por Zapatero. En el mapa de los landers resultante, Canarias se llama Platanen. De Churchill a Hitler quisieron domesticarnos a los canarios. Merkel igual consigue apoderarse del paquete completo (Spain y su Platanen). En la comparecencia de Soraya, Montoro y Soria anunciando los presupuestos de la amnistía (fiscal, por supuesto) no hubo lágrimas, como aquella vez la ministra italiana de Trabajo, Elsa Fornero, pero la escena trinitaria era un paso de Semana Santa. Las caras largas enmarcaban la noticia de un ajuste de 27.000 millones. El diktat. El viernes, en TVE, el periodista Fernando Jáuregui (La noche en 24 horas), confesó públicamente su progresivo euroescepticismo ante la insensibilidad imperativa de lo que llamo los amos de Europa (Merkozy). Suscribí sus palabras con el ánimo de estar traicionando un modo de ser y pensar de medio siglo al menos desde el Tratado de Roma (Europa y yo, señora, acabamos de cumplir 55 años). Es que estos obsesos del recorte, encima, están en un error y lo saben. Añadí a su desconsuelo: si los dos problemas de España son reducir el paro y procurar el crecimiento, y esta epifanía del déficit va en sentido contrario, estamos crucificándonos por amor platónico a Europa. De ahí que cite ahora, miren por dónde, a José Mourinho: “Abrimos el corazón y nos matasteis”.