El arte de la cizalla > Rafael Alonso Solís

Las imágenes del cerebro muestran una organización basada en la belleza, un orden simple, capaz de crear lo inimaginable a partir de la elegancia. A un oscuro neurocirujano portugués -Egas Móniz- se le concedió el premio Nobel por interrumpir en bloque las conexiones cerebrales con un golpe de cizalla. Los locos a los que trataba de forma tan sutil no se volvían cuerdos, pero se quedaban callados y quietos, con lo que no molestaban. Y es que lo de cortar por lo sano es operación de guerra y protocolo aconsejable en tiempos críticos, cuando el mal ha avanzado tanto que amenaza con corromper la vida misma. Durante años, la humanidad ha tratado de avanzar en acuerdos de igualad y conquistado derechos, ha ido consensuando maneras de vivir y procurado entender el entorno para tratar de crecer con él. También lo ha exprimido hasta la saciedad para satisfacer el hambre de los ricos y mantener incólume el negocio de la familia. Pero todo tiene un límite. Motivados por la necesidad hemos puesto la situación en manos de personas serias, de las que fiarse, que saben lo que tienen que hacer y a las que no les tiembla el pulso para sajar con la decisión que requiere el momento. Intervenir de esta forma tiene la ventaja de que no hay que pensar mucho acerca de los límites. Para evitar los desmanes de la indignación, lo mejor será marcar a los sospechosos e impedir que hablen entre ellos. Para prevenir la lascivia homosexual, lo más eficaz será señalar con una cruz a los hombres nocturnos y facilitarles la reordenación de sus conductas a través de los confesionarios -donde, por otra parte, se aprende mucho sobre la clasificación de los vicios de la carne-. Y para abordar con claridad de ideas el mal funcionamiento de las universidades, habrá que estipular que son muchas, sobre todo si se comparan con las californianas, convertidas en vara de medida por el ilustre sociólogo encargado de la gestión del problema. Aunque si la clave es la relación entre población y número de centros de enseñanza superior, resulte que en Francia haya 10 por cada millón de habitantes, en Alemania 5, en Suiza 3,7, en Italia 3,5, en Bélgica 3, en Holanda 2 y en España 1,7, es decir, tantos como en el Reino Unido. Es cierto esa cifra podría llevarse hasta 1, como en Armenia, y aún estaríamos dentro del rango europeo, o alcanzar 14, como en la ciudad de Boston, y salirnos como en el fútbol de toque. Es obvio que el ministro no ha querido decir que la vía para mejorar la calidad de nuestras universidades sea reducir su número, pero resulta preocupante que cada vez que hay que pensar, primero se sobreactúe en exceso para dar carnaza a las tertulias.