da2 > sector x

El monstruo de los ojos verdes

REBECA DÍAZ-BERNARDO | Santa Cruz

Cuando éramos pequeñas solían asustarnos con diferentes monstruos, incluso el de las galletas que podía venir en cualquier momento a quitarnos la merienda, pero nunca nadie nos habló de ese de los ojos verdes que es como se suele denominar a los celos, y yo personalmente opino que es porque los celos, tenerlos, sentirlos, no es solamente algo feo y pecaminoso, es además generador de los peores males que hay en esta vida y sobre todo de la vida en pareja.

Si nos remontamos a la Antigüedad nos daremos cuenta de que si no todas, la mayoría de las guerras y desastres originados por el ser humano, han sido desde una honda raíz de envidia y celos, ya fuera de la mujer más guapa de Grecia casada con un rey anciano o por la ribera del río más caudalosa para que el ganado de otro rey pudiera abrevar tranquilamente; es más, me pongo aún más intensa y me acuerdo de los dioses del Olimpo y de las verbenas que solían organizar a cuenta de los celos porque una pobre chica fuera más hermosa que Afrodita o un desafortunado chavalillo estuviera más bueno que Apolo, siempre los celos ahí metiendo y metiendo.

Pero cuando se trata de una pareja, ya es el acabóse aunque Shakespeare, en la voz de Otelo, el celoso por excelencia, dijera que quien no siente celos es porque no ama, porque como todo en esta vida los excesos son malos.

Una cosa es que tu marido esté muy bueno y potente y que las compañeras de trabajo le miren al pasar y hasta se lancen y le digan lo guapo que está desde que hace deporte o con ese polo rosa que tú le compraste; luego tu marido, que es coqueto (y a veces toca pelotas) viene a casa y te dice que en el curro le han tirado flores por guapetón y tú, para terminar de inflarle el ego de pavo real, le dices que el día menos pensado vas a plantarte en la puerta de su oficina a orinar por las esquinas del edificio, como las leonas, para marcar territorio. Pero luego vas y le compras otro polo, esta vez en color celeste para que se lo pase por las narices a las demás y te pones ancha como Castilla la Mancha de que estás con un tío estupendo que levanta suspiritos. Punto. Hasta ahí bien, todo muy sano y hasta para reírse y escribir acerca de ello.

Ahora, como te toque una pareja que va de divino y se lo cree, que camina por la vida mirando a ver quién le ve y quién suspira por sus pasos, tenemos un problema. Y no te creas que hace falta que el tío sea más bonito que un San Luis, he conocido fulanos feos como estropajos que se lo tienen muy creído y que además inventan y agrandan escenas como la que te dije antes en el pasillo de la oficina solo para hacer creer a su pareja que hay otras féminas suspirando por sus encantos, aunque eso sea mentira. Tipos que de un “hola guapetón” generan una montaña de piropos y de deseos semi-ocultos que por supuesto cuentan en confesión a sus parejas para que ellas vean “lo mucho que ellos confian en ellas”… Pero claro, en la gran mayoría de las veces, se trata de hombres que tienen una autoestima por los suelos, que necesitan alzarse por encima de los demás, y más aún de su pareja, a quien por descontado dominan anímica y emocionalmente en la mayoría de los casos; se trata de hombres que no tienen más remedio que inventar historias para hacerse valer ante quienes conviven con ellos, porque siendo sinceros, el hecho de decirle a tu media naranja que otro, quien sea, te ha mirado de arriba abajo, ya genera una pequeña atención y una pequeña señal de alarma de que hay otras personas que miran lo que “te pertenece”. Y en este punto es donde caemos en el terrible error de considerar a nuestra pareja como un objeto de nuestra posesión, ahí es donde nos comportamos como Gollum con el anillo y no dejamos que nadie lo mire, lo toque, mucho menos lo posea, porque es nuestro, es nuestro tesoro, y entramos en la espiral destructiva que conlleva a la locura, a la amargura y a la violencia por defender “lo nuestro”.

Alguien lo dijo hace muchos años ya, y Sting lo repitió hasta la saciedad: si amas a alguien, déjalo libre… Mientras tanto, ríete todo lo que te de la gana y ponte la minifalda donde te de la gana pero no permitas que ningún Otelo entre en tu vida, ni siquiera por media tarde, porque media tarde se convierte en media vida y por si no lo sabes, te lo digo yo: el drama de Otelo fue creerse las intrigas y termina matando a Desdémona por pensar que le era infiel, cuando ella simplemente se reía de todo y odos.