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En capilla > Alfonso González Jerez

En esta mañana de martes entrará el proyecto de Presupuestos Generales del Estado en el Congreso de los Diputados. Sobre la demanda de varios capitostes de la UE para que se tramite “con la máxima urgencia” el Gobierno no ha comentado una palabra. En realidad en las últimas cuarenta y ocho horas en Gobierno se ha sumergido en un espeso mutismo y el mismo presidente Mariano Rajoy se ha limitado a reunirse con la cúpula del PP para endilgarles un discurso escrito, después del cual, y esto resulta pasmoso, cada dirigente se marchó a su casa como un silencioso penitente. Todas las comunidades autónomas están en capilla esperando el infarto presupuestario mientras se toman la tensión arterial con una cataplasma en la cabeza. El gran momento ha llegado. El momento vertiginoso en el que ya será imposible edulcorar la realidad con un solo titular más. Desde el horizonte llega un maremoto que no cabe recibir parapeteado tras un montón de folios, un argumentario ingenioso o una tribuna de prensa. Se acabó el tiempo de la politiquería pero ni una sola señal avisa que alguien esté dispuesto a hacer política.

Imagino que en las ínsulas baratarias la tentación más inmediata de coalicioneros y socialistas consistirá en adjudicar la responsabilidad de la catástrofe inminente al PP y al Gobierno conservador, pero no creo que esta estrategia ofrezca demasiado recorrido: a los ciudadanos les va a dar exactamente igual cuando comprueben que se cierran servicios hospitalarios y centros escolares, que desaparecen las asignaciones por dependencia o que ha perdido movilidad en sus desplazamientos cotidianos. Cuando otros treinta mil canarios se queden, a lo largo de este año, sin prestaciones de desempleo, resulta harto improbable que se entretengan en disquisiciones sobre las responsabilidades políticas de gobernantes nacionales, autonómicos o locales. Nos dirigimos a toda velocidad desde una coyuntura de emergencia a una situación socialmente explosiva que hasta ahora se ha evitado, precisamente, gracias a los lenitivos del anatemizado Estado de Bienestar: los subsidios de paro, las ayudas municipales, la gratuidad de los servicios sociales sirven habitualmente de estabilizadores sociales durante las crisis económicas. Es su principal razón funcional. Pero esto no es una crisis económica ni por su carácter estructural ni por su duración en el tiempo. No se cierra por reformas: esto es un cierre por liquidación de existencias. La estabilidad presupuestaria y el rigor fiscal se han consagrado como estrategia de choque para articular otro modelo de sociedad que admita y metabolice las prioridades de un capitalismo financiero hegemónico e indiscutible. Cambiará el mundo mientras buscamos entre las basuras y se nos repite que el futuro es nuestro y las culpas de todos.