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Esplendor peronista > Fernando Fernández

Entre los muchos acontecimientos que sacuden nuestra actualidad, la expropiación de Repsol por el gobierno argentino de la madame Kirchner me parece el más relevante, por el hecho en si y por sus posibles consecuencias. Meses atrás, al escribir sobre las elecciones argentinas dije que cualquiera que fuera su resultado, Argentina seguiría siendo peronista y al conocerlo insistí en un comentario posterior que titulé “más peronista”. Lo acontecido con Repsol no sorprendió a nadie bien informado y prueba de ello es la continúa pérdida del valor bursátil de la petrolera española durante meses. Sus accionistas mejor informados fueron vendiendo y conozco a uno que la mañana misma antes de consumarse el atropello vendió su último puñado de acciones.

Nadie puede cuestionar el derecho de Argentina para nacionalizar YPF, la filial de Repsol, que el mismo matrimonio Kirchner había celebrado con alborozo cuando fue privatizada. Lo que no debe hacer alguien que desee conservar su reputación es hacerlo violando los tratados internacionales y hasta la propia Constitución argentina, como señaló el pasado domingo el diario La Nación, de Buenos Aires, con Clarín, el de mayor difusión allí. Madame Kirchner rompió el tratado bilateral firmado con España en 1992 para la protección recíproca de inversiones y violó su Constitución, que solo admite expropiar mediante el pago de una indemnización y después de que el Congreso (argentino) hubiera aprobado una ley para autorizarla. No cumplió con estos preceptos legales, como señala Mariano Grondona en un extenso artículo publicado en el influyente diario porteño y vulneró todos lo principios que dan contenido a las reglas que rigen el comercio mundial.

Causa sonrojó leer las reacciones de algunos izquierdistas españoles, dirigentes del Partido Comunista y escribidores que no sienten rubor al terminar un comentario sobre la tropelía cometida por la Kirchner con un ¡viva Argentina! que avergüenza hasta a los propios argentinos de bien. “Nuestro pueblo -dice Grondona- que ha reaccionado ante la confiscación de Repsol con un entusiasmo nacionalista comparable al día en que el general Galtieri llenó la Plaza de Mayo después de haber invadido las Malvinas, ¿por cuánto tiempo sostendrá este entusiasmo que Cristina supo excitar?” Que añade: “El poder que ha adquirido Cristina después de la confiscación de Repsol, es comparable al de su émulo venezolano desde el momento en que ni en Caracas ni en Buenos Aires rigen plenamente los principios democráticos”.

La madame ha tomado esa decisión agobiada por el rápido deterioro de su popularidad, por el creciente empeoramiento de la economía y por la corrupción que anega los aledaños de la presidencial Casa Rosada. Como sabe cualquiera medianamente informado, los populismos que azotan históricamente a la América hispana nunca han pretendido la transformación social propia de un proceso revolucionario; una vez instalados en el poder solo pretenden extender entre sus partidarios el círculo de los beneficiados por la riqueza. El peronismo es el movimiento que mejor ha encarnado esos populismos, de izquierda, de derecha o mediopensionistas. Putero y ladrón, ¡queremos a Perón!, gritaban los descamisado de Evita, cuya foto vigilaba el atrabiliario discurso de la viuda de Kirchner, por ahora la última familia de la dinastía peronista. ¡Dios proteja a Argentina!, en manos hoy de tanto atorrante, como diría don Alfredo Di Stéfano.