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Hita y Castillo > Luis Ortega

Resulta difícil, pero también instructivo, elegir, entre el selecto repertorio cristológico que en estas fechas recorre las calles de la capital palmera, una imagen que, por belleza y emotividad, represente las celebraciones de Pasión. Hoy, concretamente, salen dos nazarenos de exquisita factura; desde Santo Domingo, en procesión vespertina y para protagonizar el famoso Punto en la Plaza, la serena escultura de Fernando Estévez del Sacramento, orotavense y amigo fraterno del beneficiado Díaz, y, en desfile nocturno, el Señor de la Caída, la primera de las obras de Benito de Hita y Castillo (1714-1784), alumno al parecer de Miguel de Perea e integrado en el grupo de escultores dieciochescos -Duque Cornejo, Cristóbal Ramos y José de Montesdeoca- que renunciaron al efectismo de los barrocos y acuñaron un estilo propio que, al porte renacentista, unió un meritorio preciosismo. La impresionante representación del Cristo caído procesionó en la tarde del Jueves Santo y, siempre resultó de las más seguidas y vistosas; ahora, con las velas y faroles de los cofrades y en compañía de la Dolorosa de la Orden Tercera, San Juan Evangelista, de Aurelio Carmona, y la Verónica de Andrés de San José, que, por iniciativa de Alberto José Fernández García y patrocinada por su familia, sustituyó a una Santa Margarita, de pequeño tamaño y aderezada, de cualquier modo, para el evento. La poderosa planta de Jesús, la nobleza de sus facciones y su dolor tamizado de dulzura la convierten, en mis preferencias personales, en la estrella de esta Semana que no repite pasos y sigue, con respetuoso orden evangélico, los sucesos que ocurren a partir de la Entrada en Jerusalem. Desde hace un año, la conmovedora imagen tienen música propia, compuesta -¿cómo no?- por Luis Cobiella Cuevas; La caída del Señor es ya otro de los atractivos de este cortejo, que, al igual que en la tarde, en la Plaza de España, tiene un encuentro en la Cruz del Tercero. Le debemos a Fernández García, con quien la ciudad y la isla están en deuda, el hallazgo de la mayor parte de las obras de este artista sevillano que tiene una espléndida colección de obras en la isla, casi tantas como en su ciudad natal, donde, como todo genio, tuvo momentos de gloria y olvido, cuando los patrioteros y santurrones miraron hacia atrás, a los hitos montañesinos; en esos ciclos oscuros fue cuando pudo atender los encargos de estas islas lejanas y enriquecer sensiblemente su patrimonio.