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La delgada línea roja > Jorge Bethencourt

Hay gente que piensa que esto de la crisis es una tragedia que no va con ellos. No se han dado cuenta de nada. La única diferencia entre quienes están bien y quienes se han despeñado por el abismo son diez minutos y dos palabras: “Estás despedido”. Atravesar la delgada línea roja es relativamente fácil. Y le está pasando a muchos amigos de mi edad. Una edad en la que ya es difícil volver a empezar. Las empresas no dan entrada a la gente joven, porque carece de experiencia. Y no contratan a la gente con experiencia, porque ya no es joven. Durante años, además, les mentimos a nuestros hijos. Los convencimos de que lo importante era tener una buena formación. Y ahora, con el título universitario debajo del brazo, los hijos parados miran a sus padres parados reprochándoles en silencio todo ese tiempo perdido para acabar en las mismas.

Nadie está preparado para una crisis tan devastadora como esta. Discrepo de los economistas. Esta no es “una más de las muchas que hemos pasado”. Esta es una crisis perfecta que ha demolido la estabilidad social y eso que aún no ha terminado su trabajo. Y sus efectos se multiplican con la incompetencia mayestática de una burocracia política y funcionarial que ni padece sus efectos ni siente la urgencia de afrontarla. Porque aún les queda la salida de vampirizar aún más los sueldos de quienes aún trabajan y los recursos de las empresas que aún están abiertas. Una salida que los demás ya no tenemos porque no nos queda ni sangre en las venas ni ahorros en esas casas de lenocinio llamadas bancos.

Por donde quiera que miro veo amigos y amigas que se enfrentan a un mundo que les era ajeno. No pueden mantener los gastos de su familia. No encuentran trabajo. Se sienten atrapados en una trampa de la que no saben salir, de la que no se sienten culpables sino víctimas. Y sólo saben preguntarse cuándo acabará todo, confiando inocentemente en que “alguien” nos sacará de esta.

Cada día tienes que hablar con otra baja de esta guerra que te pregunta por qué. Y mientras le cuentas la crisis de la deuda soberana, te das cuenta que eres un idiota. En realidad quiere saber qué puede hacer. Y no le puedes decir nada. Porque no hay manera. Así que lo dejas con esa rabia sorda que un día van a descubrir esos imbéciles que no se enteran de nada.

Twitter@JLBethencourt