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La moral del Estado > Domingo-Luis Hernández

Dicen que José Saramago dijo que la crisis que vivimos hoy no es una crisis económica, es una crisis moral. Lo afirmó Pilar del Río en entrevista a la revista Mujer Hoy que entregó a sus lectores el pasado fin de semana DIARIO DE AVISOS. Lo que manifiesta el autor de Memorial del convento es el signo que define a la generación de escritores representada por él: el alzamiento ético como arma para desarmar la época desastrosa, tan desastrosa como la época del Barroco, que nos ha tocado sufrir. Y eso lo podemos leer en Bruce Chatwin, Peter Handke, José Saramago, Antonio Tabucchi o Luis Mateo Díez. Luego, todos estos escritores se han adelantado a lo que penosamente soportamos en esta hora los mortales de esta parte del planeta; padecemos lo que nos pone frente a las fauces del Estado.

Pongo un ejemplo, a propósito de lo recordado en el segundo encuentro de Güímar sobre el Sáhara Occidental y los derechos humanos. Allí dedujimos que un Estado colonialista llamado España no solo se dejó ganar la partida por la presión de un Estado absolutista y anexionista llamado Marruecos (la famosa Marcha verde) sino que firmó los subterfugios subsiguientes (los ilegales Acuerdos de Madrid del año 1976) para taparle la espalda al país vecino que juega como muy pocos países del mundo con el chantaje. Así se comporta el Estado de España desde entonces, que firma los acuerdos de la ONU sobre la descolonización del Sáhara e ignora los acuerdos de la ONU sobre la descolonización del Sáhara; o lo que es peor: cuenta en su historia reciente con ministros colaboracionistas con Marruecos, como el famoso Moratinos. Lo que adelanta el pensamiento de los escritores dichos, Saramago a la cabeza y recordemos la posición de José Saramago en el caso saharahui, lo que adelantan es que debemos reflexionar sobre esa entidad llamada Estado, debemos preguntarnos qué es Estado, si el Estado somos quienes lo conformamos o el Estado solo tiene el valor de quienes política o gubernamentalmente nos representan. Inducciones del sistema: nos han votado y legalmente decidimos.

¿Cómo es posible, entonces, que los ciudadanos de un Estado asumamos decisiones de un Estado que no podemos compartir? ¿Es o no cuestión de mayoría el que nos adhiramos, v.gr., a una monarquía extemporánea, ridícula, ramplona e incluso falaz como la de España, o es sólo y exclusivamente razón de los representantes del Estado que vetan la consulta sobre el particular?

Expongamos la parte de esta historia con argumentos más cercanos: el actual gobierno de España y dueño del actual Estado de España. El partido político que lo sustenta se ha ganado con creces en los últimos años el insulto que merece por desmantelar la calidad de la democracia en este país. Los ataques indiscriminados al partido político que legítimamente ganó las elecciones pasadas y formó gobierno lo divulgan: el PP sabía; los otros no. Y eso no deducimos de lo que ocurre: improvisación, ningún plan manifiesto con el que iban a arreglar España en una semana. Ahora se comprueba el más de los valores democráticos resentidos y la calidad dicha de la democracia. Lo dijo hace unos días el presidente de la Comunidad Valenciana: el asunto no es que esa Comunidad deba a los acreedores 4.500 millones de euros, la cuestión es que ellos no tienen la culpa del gasto, la tiene el gobierno del PSOE.

¿Qué queda? Ni una sola línea del programa electoral del PP satisfecha y reformas y más reformas meritorias frente a lo que debiera asumirse: reformas estructurales.

¿Qué busca esta encarnación del Estado?, ¿se confabula con el desánimo general, fomenta el desánimo general por una estrategia premeditada o sólo y nada más manifiesta su desequilibrio y su entropía? Seamos más concretos. Reforma sanitaria. La actual encarnación del Estado mira los gastos y decide. No propone arreglar una realidad insolvente, como el hecho de que convivan juntos el sistema público y el sistema privado, eso que hace que un (pongamos) ginecólogo tenga los medios públicos a su disposición para investigar y luego se haga rico en su consulta privada por la inseminación artificial, o aquel que comunica a un enfermo operado en un hospital público “si consulta por el seguro, tres meses; si privada, mañana por la tarde a las cuatro y media”, o el desastre inmemorial que une a las grandes empresas farmacéuticas con los médicos. ¿Resultado? La reforma desplaza de nuevo el blanco del tiro y no mira de modificar lo que ha de modificarse sino que criminaliza a los pacientes.

El despilfarro médico en este país es culpa de los enfermos que son (como se sabe) los que firman las recetas médicas. Excepcional.

José Saramago lo dijo: esta “no es una crisis, sino un crimen contra la humanidad”.

Tenía razón.