Unos seres humanos solo son capaces de soportar una pequeña porción de verdad”, dijo Thomas Eliot, quien, por supuesto, no se excluía a sí mismo de semejante limitación. Ah, Eliot. “Abril es el mes más cruel, criando / lilas de la tierra muerta, mezclando / memoria y deseo, removiendo / turbias raíces con lluvia de primavera”. Sí, ya está aquí abril, el abril más cruel, y con abril llegan los postergados presupuestos generales del Estado, un proyecto legislativo que el Gobierno de Mariano Rajoy pudo haber presentado hace mes y medio, pero no lo hizo por crasas razones político-electorales. Sobre todo atendiendo a lo que, de momento, son sus dos grandes instrumentos para aumentar los ingresos: una amnistía fiscal con la que se presente recaudar 2.500 millones de euros y un incremento (esculpido con cierta voluntad rococó) del impuesto de sociedades. Con esto y el aumento del IRPF ya decidido anteriormente el Gobierno central insiste en que se conseguirá amputar solo unos 27.000 millones de euros de los presupuestos públicos y alcanzar, en poco más de medio año, el 5,3% del déficit admitido por Bruselas.
Y nadie se lo cree.
No se lo cree nadie en ningún sitio. Ni dentro ni fuera de España. No hagan caso ustedes cuando las autoridades de Bruselas y los conmilitones del Banco Central Europeo evalúan como positivo el proyecto presupuestario. Lo que la élite tecnocrática de la Unión quiere es que se comience a recortar presupuestariamente cuanto antes. Con carácter inmediato y sin más dilaciones. Por eso mismo varios jerifaltes insistían, en la tarde del pasado viernes, en que se abrevie todo lo posible el trámite presupuestario en las Cortes españolas. La prioridad absoluta es impedir un aterrador default por parte del Estado español que haga saltar por los aires toda la economía de la eurozona. Y para ello resulta imprescindible meter tijera ahora mismo. En ese sentido el proyecto presupuestario que está a punto de entrar en las Cortes, el recorte de 27.000 millones de euros, es entendido más como la hoja de ruta de un compromiso riguroso que como un instrumento de política económica irreprochablemente diseñado. Si a pesar de la estrategia presupuestaria emprendida se evidencia que el Estado español no consigue resultados satisfactorios se incrementará la presión política y financiera desde la UE y los mercados de deuda para desarrollar nuevos recortes y supresiones de gasto antes de finalizar el año. La confianza es el bien intangible más volátil en una situación de emergencia económica e inestabilidad financiera. Y no se fían. Hacen bien, porque ellos tampoco son fiables y sus recetas -justificadas en último extremo para evitar un colapso apocalíptico del sistema financiero y económico- no sirven para nada.
En la ordalía de la presentación del proyecto de presupuestos -como ocurrió en las semanas anteriores- se escucharon un cúmulo de necedades propagandísticas realmente ingente y a ratos hilarante. La vicepresidenta Saénz de Santamaría llegó a afirmar que las medidas presupuestarias -que incluyen, verbigracia, la congelación salarial de los funcionarios- no afectaban al consumo, simplemente, porque no se había tocado el Impuesto del Valor Añadido. ¿Y la imbecilidad de De Guindos -mejor: su delicado cinismo mayeútico- al asegurar que la lucha por el ajuste fiscal no mermará el Producto Interior Bruto porque “solo se eliminará la costra ineficiente”? Es realmente impresionante. En la etapa presidencial de Rodríguez Zapatero se solían criticar ferozmente, y a menudo con razón, las memeces hermenéuticas de Elena Salgado, pero este Gobierno, en apenas tres meses, se ha contradicho tanto, y ha expectorado las suficientes tonterías, dislates, falsedades y medias mentiras como para hacerse un lugar de privilegio en nuestro corazón. Un Gobierno capaz de debilitar deliberadamente los servicios de inspección de la Hacienda Pública y, al mismo tiempo, decretar una amnistía fiscal a los estafadores con una eficacia poco esperanzadora (Eurostat calculó en 65.000 millones de euros la fuga de depósitos de España entre junio de 2011 y el pasado enero). Un Gobierno que admite que su reforma laboral facilitará medio millón más de desempleados y que simultáneamente recorta más del 20% de los fondos destinados a las políticas activas de empleo. Un Gobierno que hunde los presupuestos de la educación pública y reduce la inversión en investigación y desarrollo a niveles semiafricanos pero que está muy preocupado por desterrar de las aulas la terrible amenaza doctrinal que suponía una asignatura como Educación para la Ciudadanía.
No, el ser humano no es capaz de soportar una dosis demasiado elevada de verdad. Y quizás por convencimiento elotiano el Gobierno central -como ocurre con las autoridades autonómicas y locales- le ahorra sufrimiento a los ciudadanos. Veamos. Lo peor no es lo que está ocurriendo. Lo peor no es, siquiera, lo que ocurrirá en los años inmediatos: un desempleo crónico, un enorme sufrimiento social, el miedo y la humillación instalados como estilos de vida de cientos de miles de personas, el desmoronamientos de los servicios sociales, primero como en una lenta danza ritual y, súbitamente, adquiriendo una asombrosa velocidad en su degradación. Será una situación terrible y difícilmente gestionable porque aunque muchos lo intuyan vagamente, nadie se lo quiere terminar de creer de verdad. ¿Cómo podrá gestionar el Gobierno de Canarias si sus previsiones más sombrías -las más realistas- se cumplen y dejan de llegar 700 o 750 millones de euros al Archipiélago? ¿Cómo mantener servicios públicos de sanidad y educación y abonar las nónimas de sus propios funcionarios? Lo peor vendrá más adelante. Porque asumiendo con pasión y frenesí las políticas económicas basadas en los ajustes fiscales caiga quien caiga y complementadas con una reforma del mercado laboral que privilegia centralmente el abarataramiento del despido -mientras sigue ignorando la dualidad y despreciando la introducción de mecanismos de cotización experimentados en Europa- estás condicionando, empobreciendo, limitando brutalmente tu estrategia de desarrollo económico a medio y largo plazo. Reduces tus potencialidades económicas a barro y con ese barro, ese detritus de esperanzas y posibilidades rotas, fabricas tristemente tu porvenir. La salvación financiera y fiscal del presente -según el modelo disciplinario dictado por los mercados y servido por una generación de políticos cobardes- significa una hipoteca insorteable sobre el futuro. En el caso de España un porvenir de zona turística y balneario europeo complementado con la exportaciones de productos hortofrutícolas: un país periférico de crecimiento modesto, sólidas desigualdades de renta y descolgado, definitivamente, de cualquier economía informacional fundamentada en el conocimiento, la innovación y la información. La portugalización de España en el siglo XXI: vayan buscando toallas que vamos a vender un montón a partir de 2020 o así, resignados, por lo demás, a un desempleo estructural elevado y una deuda que no termina de pagarse nunca, la maldita. Las decisiones económicas, presupuestarias y laborales que está tomando el Gobierno de Mariano Rajoy, por tanto, no significan únicamente un conjunto de dolorosos errores, duelos y quebrantos para el presente, sino una condena en toda regla para el futuro. Eso es lo más cruel: el más cruel de los abriles que comienzan en este abril presupuestario. Y dudo mucho que Rajoy, De Guindos y Soria lo ignoren.