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No es esto lo que queríamos > Manuel Iglesias

Siempre me ha sorprendido un poco esa opinión que tienen algunos, quizás muchos, de que los déficits en la financiación pública se solucionan fácilmente sólo con subir los impuestos, sin valorar nada más.

Al parecer se considera que la carga se acaba allí, en quien los paga en ese momento, sin considerar que el costo de un impuesto se traslada consecuentemente al precio de un producto o servicio, de manera que finalmente lo abonamos todos y disminuye proporcionalmente nuestro propio poder adquisitivo.

El Gobierno de Canarias llevará adelante una subida del Impuesto General Indirecto Canario, el IGIC, y creará uno nuevo para grabar a los bancos y a las grandes superficies. En realidad, ¿alguien cree que las entidades financieras y grandes comercios no lo va a trasladar a sus productos y clientes? Y lo mismo sucede con el comercio y el IGIC, porque llegará un punto, más temprano que tarde, en el que el comerciante no lo querrá o podrá absorber y lo trasladará a sus precios y, así, a los consumidores.

Para razonarlo todo, hay que volver inevitablemente a la frase de Mariano Rajoy de que “no hay dinero para atender el pago de los servicios públicos” y si queremos que sigan funcionando, buscan los recursos, pero de manera indiscriminada. Pero habría que considerar si no es posiblemente mejor un sistema como el del copago farmacéutico, en el que participan quienes lo usan y el dinero va a sostener el mismo sistema del que nos estamos favoreciendo, que unos impuestos generales en el que lo que se recauda se difumina en los presupuestos e igualmente pueden ir a financiar el sistema educativo, que a pagar las dietas de unos parlamentarios que, pese a las propuestas y los esfuerzos del presidente de la cámara regional, se niegan a rebajar lo que perciben.

Y crece la sensación de que la actual Administración dedica la mayor parte de su esfuerzo a administrar la pobreza, pero sin crear riqueza, y que cada vez somos más pobres. Ni siquiera nos queda, entre otras cosas, la posible ilusión que podría despertar el petróleo aún con una perspectiva de varios lustros para verlo. Y aumenta también la impresión de que “no esto, no es esto” lo que queríamos.