domingo cristiano > Carmelo J. Pérez Hernández

Por los siglos de…, hablemos > Carmelo J. Pérez Hernández

La muerte de don Felipe ha dibujado un final agridulce a la Semana Santa. El viejo y fuerte roble nos ha dejado en la boca sabor a resurrección, y a nostalgia. Y hay que seguir celebrando, y centrarnos ya en este tiempo de Pascua que prolonga los días de la Semana Grande. ¡Pues claro que sabíamos en qué iba a acabar todo esto de la Semana Santa! En resurrección, ¡faltaría menos! Es lo malo que tiene conmemorar un acontecimiento: que no hay sorpresas. Y, sin embargo, necesitábamos hacerlo un año más. Y el próximo también lo haremos. Nosotros o quienes vienen detrás de nosotros, pero lo haremos. Por los siglos de los siglos lo haremos. No es que nos guste repetirnos. Conocemos la teoría, casi todos conocen la historia… pero en realidad necesitamos hacer fiesta año tras año porque, como Tomás en el evangelio de hoy, no terminamos de creer porque no terminamos de entender. Ése es el drama. A él le pasaba y también al resto de discípulos. Y a esto viene la Semana Santa que acaba de terminar: a regalarnos algo que sólo Dios puede hacer, explicarnos por dentro el misterio de la vida y de la muerte. En realidad, la muerte no tiene ningún misterio. Cesan las constantes vitales y aquel cuerpo, serrano o penoso, comienza en ese mismo instante a dejar de ser, a desmoronarse. No, no hay misterio en la muerte. Lo misterioso es la vida: su origen, su desarrollo, su dinámica, sus avatares, su sentido, su destino… Por todas estas preguntas nos hemos paseado a través de las lecturas de la Vigilia Pascual para concluir, finalmente, que es Dios quien nos sostiene. Él llamó a las piedras a congregarse en torno a aquella nada, a aquel inhabitado silencio que fue roto con su palabra. Y piedra a piedra, milenio a milenio, se desplegó su sueño: un universo adulto que sirviera de cobijo a su verdadera razón para tantos desvelos. Dios quería comunicarse, necesitaba seguir amando, y amó hasta el extremo en la creación, amó pariendo hombres y mujeres que dieran forma a ese sueño suyo. Así nos ha explicado Dios esta Semana Santa -y lo hará esta Pascua- qué es la vida: una excusa para lanzarnos una invitación que nos hace diferentes, que nos convierte en realmente únicos. Buscamos en vano en nuestro ADN una razón para enorgullecernos por el hecho de ser hombres, y no está ahí. Somos irrepetibles, sí, pero porque sólo a nosotros se nos ha invitado a hablar con Dios. Nada más en el universo puede llegar tan lejos. Nuestra historia, pues, es un diálogo. O un monólogo. O un silencio culpable, o uno doliente. Lo que sea, pero una conversación somos. Eso somos, una conversación, a veces sin palabras. Dios ha hablado primero, creando, saliendo a nuestro encuentro, empotrándose en nuestra Historia, salvándola desde dentro, desbaratando toda lógica al hacerse uno de nosotros y acabar muriendo como muchos de los nuestros… y ahora tenemos la eternidad entera para hablar nosotros. De eso y no de otra cosa se trata. Esta Pascua eterna que hoy estrenamos es un capítulo más de ese diálogo que Dios espera y que nos hace realmente hombres, que despliega todas nuestras posibilidades, sin dejarnos reducidos a un sinsentido con fecha de caducidad. Es posible que algunos se hayan quedado en la mirada inerte de los bellos pasos procesionales. Dicen que también es cierto que algunos se quedan mirando el dedo que les señala dónde está el sol. Feliz Pascua.