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Cien cuadros blancos > Carmelo Rivero

Los cuadros blancos que Emilio Machado guarda celosamente darán que hablar. Son un acontecimiento. Los he visto alineados, con trabas separadoras, en las bodegas de olor penetrante a óleo, en la casa de Santa Cruz que heredó de su padre, don Tomás Machado, y hoy habita con su esposa, la pintora brasileña Isabel Cordeiro, que expone en la sala MAC. Emilio Machado regresó de Estados Unidos a la Isla por razones familiares, donde vive como ausente. Y en esa casa prodigiosa de escaleras inglesas y muebles originales del siglo pasado, que restauró hasta el último detalle para salvar los recuerdos tangibles de la niñez, se encarama a pintar en lo alto como el pájaro solitario de San Juan de la Cruz, con el pico en el aire, en una soledad preterida en estado puro. La que sale en busca de provisiones es su mujer. Emilio, al que en México consideran un artista mexicano y en Nueva York se siente neoyorquino, pasea como un extranjero por las calles de Santa Cruz que pedaleaba en su bicicleta, cuando a los 16 años propuso en casa irse a vivir a Nueva York, convencido de que esa ciudad lo llamaba. La vida torrencial de Emilio, cuya primera escala fue Barcelona, gira alrededor de ese color que no tiene color cuando no habla, la antinomia del blanco. El color de los invidentes del Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, y quizá, el “sonido de la tierra en los tiempos blancos de la era glacial” (Kandinsky). También el de la muerte y la vuelta a nacer. Un modo de buscar el vacío entre los escombros, la obsesión de los artistas (como en los dibujos de William Blake), sin resultado práctico hasta ahora. Este centenar de cuadros en blanco que he visto en reposo, con relieves de materiales indestructibles y óleos de una misteriosa composición matemática, nos anuncian que en Tenerife hay, sin embargo, un pintor que está de vueltas y ha dado con el color que tienen todos los colores cuando yacen en silencio y se vuelven comprensibles. El blanco de Emilio Machado no ha salido aún del agujero. Es una primicia. Le esperan las paredes de Mapfre en Las Palmas, donde agitar conciencias con su himno blanco cuando las cosas se han puesto tan negras. ¿Cómo que pintar en blanco sobre lienzo blanco? Cada cuadro es una conversación. El pintor acudió, como de costumbre, a comprar sus pinturas, pidió amarillos y estaban agotados y lo mismo le pasó con otros colores. Finalmente, se llevó un cargamento de blancos, para investigar los límites de la nada, devoto de Nietzsche, que dijo que, si miras al abismo, él te devuelve la mirada. En su primera exposición utilizó también ese color desierto, de manera que acaba de dar una vuelta completa a su vida. Ya en Barcelona, Dalí le dio en su día la receta para que el blanco nunca se vuelva marfileño.